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Carta de Samuel Aguirre a José Saramago

Fecha

Muy respetado José Saramago:

Ahora que habitas otra morada, siento la imperiosa y urgente necesidad de reenviarte aquella carta que tanto te emocionó: “casi haces llorar a Saramago, así de claro”, me confesó tu mujer, Pilar del Río. Es preciso que de esta relectura se derive el llanto, para que, desde el cielo, a este valle tus lágrimas como sirimiri caigan. Una sola gota bastará, sin embargo, la más nimia y pura, siempre y cuando se deposite sobre el pómulo de tu amada, y sobre su mejilla resbale. Para que, creyendo que se le ha posado en su rostro una gota de rocío, su carita se pueda lavar. Y así, cada mañana, cuando la luz anuncia el nuevo día. Hasta el bordón final…

 …Creó Dios el cielo y la tierra con sus mares; la luna y el sol: en el satélite, Blimunda como Eva; en el astro, como Adán, Baltasar. Más tarde, incómodo por la soledad que habitaba el planeta azul más allá de los protagonistas de “Memorial del Convento”, inhumó en él la semilla de la flor de los cantores. Nació, entonces,  Saramago. Y, sintiéndose orgulloso de su obra, se dijo el todopoderoso lo que todo el mundo aprendió: “No es bueno que el hombre esté solo”…Acercose, entonces, el sumo hacedor a la orilla de un río, Castril llamado, y a sus frías y puras aguas les arrancó una sonrisa de mujer, que llamó Pilar, roca firme sobre la que el  hombre camina, y, juntos, la materia y la carne van recorriendo la tierra, creciendo a cada paso, multiplicándose en cada descanso, poblando la faz del globo de parejas que recién nacen bautizan con nombres como Ricardo y Marcenda, Pedro y María, Blimunda y Baltasar, Lilith y Caín en lontananza (ya existían Sietelunas y Sietesoles, pero ellos no lo sabían)…dando siempre una oportunidad al amor y a la ternura, aunque, a la hora de acariciar, el hombre sea manco y a la muchacha la mano le cuelgue como el cuello doblado de un cisne muerto…

    Hay tiempo, también, para morir ( a cada segundo se muere): difuminado por la bruma de un puerto; abrasado, como leña, en una hoguera, o, como Jesucristo, en paz

-supongo-, rodeado de dos mujeres y su discípulo más amado…”El cielo, como barca de Caronte, navega en los ojos de Pedro Orce, y el perro que le asiste, como sacerdote pero sin conciencia, le unge en el extremo de su vida con el estremecedor grito de los humanos…”

   …Poco, nada sabéis de mí, Pilar y tú, José: dos seres, y, sin embargo, uno solo…y el espíritu que en vosotros anida y os “anima”. No me conocéis, es natural, bien lo comprendo, porque así debe ser. Y no es mi intención, ni lo pretendo, desnudarme ante ti, Saramago, porque sé que, si lo hiciera, me convertiría en una ratita cualquiera caminando torpemente tras tus pasos, flautista embaucador, hechicero, “fingidor”, ¡qué bien “finges”, literato!, que hasta me haces creer que cuando tomo un libro tuyo te hago mío, y luego, hoja a hoja, línea a línea, palabra a palabra, te desnudo y recorro tu cuerpo con mis ojos, acariciándote. Más tarde, cuando el cansancio y este crónico dolor que me atormentan me derrotan, me acuesto, y me entrego al subconsciente, porque, como tú dices que te susurró al oído Fernando Pesoa, “Nada somos, nada seremos…¡pero dentro de nosotros caben todos los sueños!”. Cuando sueño, a veces soy feliz.

   Gracias, José, mi Saramago, porque después de yo escribir, al leerte y sentirme tan humano, me haces creer, ¡Oh, fingidor!, que tú eres mi aprendiz…y yo tu duplicado.

 

                                       Un respetuoso y cálido abrazo

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