Escribe: Jaime Gómez-Ferrer Rincón, Inspector del Seguros del Estado en excedencia.
Hace dos años, en una terraza de Madrid, cerveza en ristre y aceitunas presidiendo la mesa, disfrutaba de un tranquilo día de verano sin imaginar que la vida estaba a punto de sorprenderme con uno de esos giros inesperados que, en un solo segundo, ponen todo tu mundo del revés. Mi mujer se presentó con la oportunidad de mudarnos a vivir a Luxemburgo. Mi respuesta afirmativa suponía darle plena libertad para decidir su recorrido profesional. Que menos, pensé yo. Aunque no era precisamente sencillo, pues no sólo suponía un cambio de ciudad sino, sobre todo, de mi situación profesional al status temporal de “marido consorte”. Eso significaba, además, que en casa, tendría que asumir el papel que, hasta entonces, había venido desempeñando mi mujer, de modo que ella no tendría más remedio que “delegar” en mí muchísimas labores y tareas de las que, hasta el momento, mayoritariamente ella se había ocupado, y para las que, probablemente, al igual que otras muchas mujeres, pensara que yo no estaba “capacitado”.
Y fue así como, sin darnos cuenta, estábamos tomando nuestra primera decisión relevante relacionada con la igualdad entre hombres y mujeres. Et voilà, carretera y manta al pequeño gran país europeo, no sin antes consultar el correspondiente mapa cartográfico.
La comunicación de esta decisión, no sólo a mi última jefa y a mis compañeros de trabajo sino a la familia y a los amigos, en general, también generó unos minutos de desconcierto, intentando colocar mi posición de “marido consorte” en la estructura organizativa de alguna empresa luxemburguesa, hasta que, aun cuando se resistieran a creerlo, quedó claro que estaría al mando de las labores del hogar. Algún amigo mío me considera un genio y un ídolo al mismo tiempo. He tratado de explicarle varias veces, que ser “marido consorte” no es levantarse con un café y periódico, pasear por los bosques luxemburgueses, tocar la guitarra, ver los Soprano y jugar a la playstation. Y de eso va esta historia, de la #educación de la ciudadanía.
Mis últimos tres jefes, tanto en el sector privado como en el sector público, han sido mujeres. Toda una proeza ante los existentes obstáculos para un desarrollo profesional igualitario para hombres y mujeres.
La Unión europea presentó una estrategia para la igualdad de hombres y mujeres 2010-2015 con el ánimo de poner “negro sobre blanco” las prioridades en este ámbito, tales como la igualdad en la toma de decisiones, la independencia económica, el salario igual, la dignidad o el fin de la violencia sexista. Ya existían precedentes como la Directiva 2006/54/CE, relativa a la aplicación del principio de igualdad de oportunidades e igualdad de trato entre hombres y mujeres en asuntos de empleo y ocupación, o, a nivel nacional, la Ley Orgánica 3/2007 de 22 de marzo, para la igualdad efectiva de mujeres y hombres. Sin embargo, son todavía muchos los temas -contratación, despido, permiso parental- sobre los que no se termina de equiparar al hombre y la mujer.
Muchos de los mecanismos regulatorios son el efecto de una causa preexistente. Al igual que con la crisis financiera, son medidas útiles aprobadas, la mayoría de las veces, a posteriori. Sin embargo, para conseguir soluciones que sean consistentes en el tiempo, es necesario realizar una valoración de la situación pre y atacarla a través de planes a largo plazo vinculados a la #educación de la ciudadanía. Al igual que en el ámbito financiero, la educación de la ciudadanía debería ser uno de los pilares fundamentales de la igualdad de hombres y mujeres. No es un “quick win” frente a otra serie de medidas cortoplacistas, pero representa un pilar consistente a largo plazo desde el que construir los cimientos de una equiparación entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la vida pública y privada. Se trata de ir realizando una mejora, generación a generación, dando pasos correctos, sostenidos por una regulación consistente en todos los ámbitos. Por tanto, marco regulatorio y #educación de la ciudadanía deben ir de la mano para la consecución de objetivos sostenibles en el tiempo.
Cada día se producen hechos que demuestran avances en esta dirección. La semana pasada, un amigo me envió a través de las redes sociales una noticia de la BBC en la que se explicaba que el premio Nobel de medicina Sir Tim Hunt ha pedido disculpas por unos desafortunados comentarios acerca de contar con personal femenino en los laboratorios. Generación a generación, se irán dando pasos para evitar este tipo de comentarios discriminatorios en relación a la igualdad de trato. Hoy he leído que el Tesoro de EEUU acepta la petición popular de poner el rostro de una mujer a los dólares, a partir de 2020. En definitiva, poco a poco se deben ir corrigiendo conductas de pasado y mejorando la #educación de la ciudadanía para que cada generación de un salto en la asunción de un principio de igualdad de oportunidades e igualdad de trato entre hombres y mujeres real.
En cuanto a mí, hoy, dos años después de aquel tranquilo día de verano, puedo decir muy orgulloso que tuve uno de los retos más difíciles frente a los que me he encontrado: “marido consorte”. Seguimos felizmente en Luxemburgo y tenemos la suerte de saber que podemos cambiar esos papeles cuando queramos o cuando las circunstancias lo requieran. Y esa es nuestra pequeña contribución en la aplicación del principio de igualdad.