Escribe: Samuel Aguirre, periodista y escritor.
(Una nueva pluma se incorpora al BdeCB, Samuel Aguirre, obsevador de la vida diaria, decubridor de rincones alejados, poeta, apasionado del Athletic, deportista y una persona generosa)
Se cuenta en el legendario libro de “Las mil y una noches” que existió, una vez, un hombre, príncipe a la sazón, que recorrió el mundo entero buscando una camisa que le hiciera feliz. En su largo peregrinar, comprobó, con amargura, que todos los hombres que vestían camisa eran desgraciados…
Mientras visitaba el último pueblo de la Tierra, oyó que lo habitaba un hombre totalmente feliz. Enormemente ilusionado, se acercó hasta su casa para preguntarle acerca de su camisa: : cómo era, dónde la había comprado, cuánto le había costado…
Al escuchar la respuesta, el protagonista de nuestro cuento se hundió en la desesperación. No había ninguna camisa. El único hombre feliz con el que se había encontrado en su largo viaje no vestía camisa; no necesitaba el influjo de la prenda para alcanzar la felicidad…
Hasta aquí el cuento, la ficción, la fantasía…¿la irrealidad?…
Mientras somos pequeños, mientras vivimos “fuera del tiempo”, la ropa se convierte en un hábito sagrado que nos sirve para oficiar en los ritos de un mundo ilusorio. Investigamos en el archivo de nuestra memoria…y rescatamos el “misal” de la Primera Comunión, el “jersey” de los domingos, el “niki” azul celeste con el escudo del Club Portugalete bordado en amarillo, la “camiseta” del equipo de fútbol hecha a mano por la tía Toñi, el “pijama” ¿de algodón? que vestíamos cuando atravesábamos el gallinero en busca de los regalos que los Reyes Magos habían dejado para nosotros en casa de los abuelos…
Hay en la vida un momento –no sé cuándo exactamente- trascendental. En él nos hacemos conocedores de cosas terribles. Nos enteramos, por ejemplo, de que los “los Reyes Magos son los padres”, de que “el tiempo existe en realidad”, escondido en los relojes, caminando lenta, pero inexorablemente, hacia la muerte…
Es entonces cuando la ropa deja de ser mágica, y pasa a manifestarse con su auténtico rostro: los nikis son de poliéster y poliamida; los bañadores, de “nailon”; los jerseys, de lana y algodón; los pijamas, acrílicos; y la ropa interior, de termolactil…
Decepcionado, triste…,roto por la noticia, renuncio al vestuario; me niego a tomar parte en una ceremonia en la que se me quiere hacer comulgar con ruedas de molino.
Fue el otro día, duchándome, cuando descubrí la razón por la cual llevo más de dos meses intentando encontrar “el pijama del hombre feliz”. Supe, por fin, que estaba condenado a no encontrar jamás ese pijama…¡porque no existe!…
El pijama será bello mientras no esté sobre mi cuerpo. Será hermoso mientras permanezca expuesto en el escaparate de una tienda. Tendrá el tacto más agradable mientras sólo me toque a través de la terrible fuerza del recuerdo…
Es como el amor, que es casi perfecto cuando imaginamos a la mujer con la que compartirlo, y que deja de serlo, que se desvanece incluso, cuando hacemos cosas tan “vulgares” como ir al cine, pasear cogidos de la mano o hablar de cosas mundanas…
Hemos ensalzado, hemos sublimado tanto el concepto del amor y de la felicidad, que no hay mujer ni pijama en el mundo capaces de hacernos sentir tanta ilusión y tanta dicha como en aquella época en la que el tiempo estaba parado, dormido en el viejo reloj de pared de la casa de los abuelos.