El pasado 18 de mayo la prensa daba la noticia de que Edurne Pasaban hacía cumbre en el Kangchenjunga, de 8.586 metros, junto a otros compañeros de la expedición, Ferrán Latorre, Juanito Oiarzabal, Alex Txikon, Asier Izagirre y Jorge Egocheaga. Era su duodécimo ochomil, una aventura que inició el 23 de mayo de 2001 con el Everest (8.848 metros).
La misma noticia decía que habían iniciado el descenso al campo cuatro, situado a 7.800 metros de altitud, un tramo que días atrás definieron como «muy duro y largo», con un «terreno muy complicado y que este año, además, tiene zonas con muy poca nieve y con mucha roca».
Con posterioridad pudimos conocer las graves dificultades que tuvo que superar. Edurne reconoció que “hubo instantes en los que estuvo a punto de rendirse durante el descenso” y que incluso deseó su propia muerte por las dificultades que estaba atravesando. Fue emotivo escuchar sus declaraciones de que “pidió a su compañero de cordada Alex Txikon que deseaba quedarse en la montaña porque no podía más”. Y no menos emotivo fueron las palabras de Alex explicando cómo le animaba a pensar en positivo, en la necesidad de aguantar, de pensar en la vuelta y encontrar a los seres queridos, familia, amigos, como forma de mantenerle sus ganas de vivir.
La hazaña de Edurne y su equipo tuvo final feliz y cuando esto escribo se repone en una clínica de Zaragoza. Si Alex y los sherpas que le acompañaban no hubieran tenido una enorme profesionalidad (saber lo que hay que hacer), un enorme conocimiento del ser humano (saber decir las palabras oportunas a quien lo necesita) y una enorme generosidad de apoyo a quien lo necesitaba, probablemente el final hubiera sido trágico.
¡Qué gran lección de tesón personal, de superación de las dificultades, de profesionalidad y, sobre todo, de trabajo en equipo! ¡Qué gran lección de cómo enfrentarse a los riesgos de la vida!
Me han venido al pensamiento, al conocer la aventura de estos excepcionales alpinistas (o andinistas para mis amigos del cono sur), recuerdos de mis experiencias empresariales.
Muchos de los fracasos empresariales son debidos al individualismo, a anteponer el interés personal al colectivo, a la falta de perseverancia en la consecución de objetivos que conlleva a no seguir ante la más mínima dificultad, a la falta de liderazgo, entendido éste como adecuar el mensaje en función de las circunstancias. El egoísmo de falsos líderes es muy caro para las empresas y conviene desterrarlo de las buenas prácticas.
Ahora que seguimos inmersos en la madre de las crisis, sería bueno plantearnos muy seriamente todos los mecanismos de mejora de las relaciones personales en las empresas, potenciar sistemas de retribución que incentiven el liderazgo y las grandes sinergias que se pueden conseguir cuando se trabaja en equipo y se comparte objetivos con los demás.
La labor del líder consiste en saber definir a sus colaboradores dónde se quiere llegar, crear el clima favorable para que se produzca una suma sinérgica de capacidades y de medios, con alto espíritu de sacrificio y de esfuerzo, y sabiendo celebrar juntos los éxitos que se consigan.
Edurne ha demostrado coraje, Alex ha actuado como un auténtico líder y los demás del equipo han contribuido al éxito colectivo.