Amigo Carlos:
Tú, con tantos años en el mundo del seguro, conoces de sobra que el hombre es un ser muy contingente. Un ente cambiante y sometido a los avatares de la existencia.
Nos vemos muy afectados por el entorno y por nuestra inherente fragilidad. Por ello somos una especie que se siempre se ha sentido vulnerable.
Ya nuestros ancestrales progenitores a la llegada de la noche se refugiaban en las templadas cavernas, para cobijarse del frío y protegerse de los predadores.
Siempre hemos necesitado la seguridad para poder dormir tranquilos.
Incluso hay quien opinaba que “tranquilidad” puede derivar de la colocación de la tranca, el pesado madero con que se refuerzan las puertas para evitar su apertura por la fuerza.
Con la tranca puesta, ya gozamos de cierta tranquilidad.
Ya sabes que las etimologías dan para mucho, y se prestan como en este caso a muchos juegos.
Por ejemplo, posiblemente todo el gremio conoce que “Seguro” proviene del adjetivo latino securus, a, um que significa, exento de preocupaciones, sin temor, sin cuidado, pero muchos no saben el peligro que hay en confundirlo con el sustantivo securis, is, que se traduce como “hacha” o incluso pasar por el hacha, decapitar. Posiblemente recuerdes que al castellano pasó como la segur.
Quizá por no tenerlo muy claro, algunas compañías mezclan algo las cosas y luego a través de la famosa letra pequeña, pasan del securus al securis y te sacuden un hachazo que no veas.
Bueno Carlos, perdóname la digresión.
Estábamos en la necesidad de seguridad que el hombre siempre ha manifestado y que en el mundo moderno se traduce en las numerosas pólizas de diversas coberturas tras las que alegremente corretean las sesudas compañías.
Pero no siempre ha sido así.
Desde la edad antigua los débiles se han ido acercando a los más fuertes en busca de defensa. Recuerda los clientes, los plebeyos que se colocaban bajo la protección de los patricios en la antigua Roma, una honesta relación basada en la “fides”, una virtud romana encomiable, hoy ciertamente en desuso y luego más tarde, en la edad media, el Señor Feudal, que ofrecía su amparo pero ya a cambio de la potestad máxima sobre los protegidos.
Como un símbolo de aquella capacidad de refugio, protección y seguridad, los poderosos construyeron grandes castillos y salpicaron con ellos todas las geografías.
Podemos encontrar innumerables bastiones, fortalezas, baluartes, alcazabas, ciudadelas, torreones, bastidas, fuertes, fortines y alcázares, en pintorescos rincones de numerosos países.
Posteriormente, cuando las luchas fueron menguando y la brutalidad decreciendo, los castillos fueron evolucionando, y aunque mantuvieran la fortaleza de sus muros, se dejaron seducir por el arte y dulcificaron sus perfiles.
Así hoy es posible descubrir construcciones que siendo seguras y herederas de un pasado belicoso, muestran una cara amable y un espacio acogedor.
Esta misma filosofía podría aplicarse a un sector de negocios como el vuestro, que deben inspirar rocosa confianza sin olvidar los aspectos que lo humanizan.
Los castillos que en un principio estaban enclavados en lugares estratégicos, poco a poco empezaron a convivir con el pueblo. No sé bien si se construyeron villas en su entorno o se fortificaron casonas en las villas, pero ahora podemos verlos integrados en los cascos urbanos.
Esa cercanía los ha hecho más cotidianos, más próximos aunque posiblemente pasen más desapercibidos. Ya los castillos no asustan y han quedado como un pétreo recuerdo de los años duros cuando la seguridad estaba confiada al dominio de la fuerza.
Espero que esta sencilla reflexión de la conexión entre las fortalezas y el seguro, anime a los numerosos seguidores del blog a incrementar este verano sus colecciones fotográficas, enriqueciéndolas con la aportación de soñadores castillos, a los que podemos considerar, como entidades que estuvieron íntimamente relacionadas con vuestra actividad aseguradora.
Bueno Carlos, hasta la próxima, que sigas tan feliz en el mundo del “securus”, cuídate mucho de la “securis” y recibe como siempre el mejor de mis abrazos.
Javier