Estimado amigo: Para transitar en este camino de primavera en el que juntos venimos deambulando, no he encontrado mejor vehículo que las variopintas embajadoras de la gracia pizpireta y el color, de la fragilidad y la armonía.
Me refiero a las mariposas.
Su vuelo a saltos impredecibles, llenos de gentil elegancia, va dejando a su paso un rastro de magia que a nadie deja indiferente, es el deslizamiento cautivador de un sueño romántico, apoyado en alas multicolores, cándidos abanicos colmados de matices.
Cuando los campos se llenan de flores y las altas hierbas engalanan los prados, son como el certificado de calidad que autentifica la llegada de la primavera.
Los humanos siempre las hemos trovado en poemas y baladas. Estoy seguro que recuerdas la canción cubana de Miguel Matamoros.
Mariposita de primavera,
alma con alas que errante vas
por los jardines de mi quimera
como un suspiro de amor fugaz.
Cuando te alejes a otras regiones
llévale un ruego de adoración
a la que un día me dio ilusiones
que se trocaron en decepciones
que hoy llevo dentro del corazón.
Yo quiero verla para besarla
como esos besos que, tú a la flor,
das cuando quieres la miel robarle
para embriagarte cual yo de amor.
Mariposita de primavera,
alma con alas si es que la ves
dile que torne mi compañera
a los jardines de mi quimera
donde no vuelvas jamás tal vez.
Las mariposas, ya lo hemos comentado en otras ocasiones, no son fáciles de fotografiar y se comportan como esos niños traviesos que nunca se paran quietos.
Pero si uno las persigue armado de paciencia y con voluntad decidida, al final consigue el codiciado trofeo de capturar su efímera silueta y sin traspasarlas con alfiler alguno.
Porque, amigo Carlos, estos seres delicados tienen una vida muy interesante y fugaz.
Las mariposas son una obra de ingeniería genética trabajosamente realizada.
Estos gráciles lepidópteros (del griego «lépidos», escamas y «pteros» alas) son el último eslabón, la fase reproductiva, de otros insectos más toscos y rudos, las orugas.
Las orugas son animalitos voraces que nacen de los huevos que ponen las mariposas.
El ciclo vital de estos peludos y urticantes gusanillos, finaliza con su enclaustramiento en un sedoso capullo, donde se va a producir el prodigio de su resurrección.
Ese proceso llamado la metamorfosis, es un milagro genético de difícil explicación que
consiste en la transformación de un feo gusano en una brillante mariposa, que ya dotada de los mecanismos de reproducción, va a ser la encargada de perpetuar la especie.
Las alas de las mariposas están repletas de un fino polvillo escamoso que las recubre de mil variedades y tonos y a veces con unos dibujos, los ocelos, que sirven para distinguir las especies. Hay alguna variedad que carece de ellas, pero si eliminásemos estas escamas multicolores de las alas, podríamos ver que son transparentes.
La voz latina que designaba este capricho volador es «papilio» de cuyo acusativo, (objeto directo) papilionem, proceden varias de las voces que usamos para designarlas. Por ejemplo la francesa papillón, la catalana papallona, la italiana farfalla o papalote en México.
El gallego o portugués bolboreta/ borboreta parece proceder de belbelilla, del latín «Bellus», gracioso, agradable.
En todos los idiomas se las denomina con nombres eufónicos, una sonoridad agradable resultante de la acertada combinación de los elementos acústicos de la palabra, tenemos el ejemplo de «Petalouda» en griego, «Butterfly» en inglés o «Schmetterling» en alemán, voces estas, que hacen referencia a la predilección que muestran los alegres lepidópteros hacia los cubos de nata, leche o mantequilla.
Pero si hay un idioma que tenga bellas palabras para designar esta aérea filigrana, ese es sin duda el euzkera, el ancestral idioma de los vascos, que consiguió sobrevivir a la romanización, conservado entre las estribaciones pirenaicas y el rugiente Cantábrico.
En la lengua vasca se las denomina Tximeleta, Pinpilinpauxa, Mitxirrina y varias voces más, todas ellas videófonas, que al pronunciarlas parece que describen gráficamente el alocado elegante e impredecible vuelo del insecto: Pin-pi-lin-pau-xa.
Por cierto esta palabra «Pinpilinpauxa», fue proclamada en 2010 por la academia de la lengua vasca, como la palabra más bella del idioma, en una campaña virtual entre más de 2.000 internautas, en la que participaron escritores como Bernardo Atxaga, Lourdes Oñederra , cantautores como Benito Lertxundi o el físico Pedro Miguel Etxenike.
En castellano, la etimología de la voz «mariposa» parece ser algo prosaica.
Corresponde a una optación. A un deseo. Habida cuenta de su voluble proceder, paseando de flor en flor sin posarse, se les decía: pósate María o María, pósate y de ahí deriva su nombre y alguno más. De hecho a los que van de flor en flor, de moza en moza, se les llama «mariposones».
Su único sinónimo es «polilla» que se aplica únicamente a las mariposas de hábitos nocturnos que se sienten atraídas por la luz y a las que depositan las larvas en la ropa o los libros y que al nacer los roen y destruyen.
De todas formas, amigo Carlos, las llamemos como las llamemos ejercen en nosotros una poderosa curiosidad, por sus flamantes coloridos o sus formas delicadas y siempre son bien recibidas.
Ya hemos comentado varias veces en esta sección mi frustración porque nunca conseguía
fotografiar su espiritrompa probóscide en la forma de espiral arrollada, que el inolvidable y atrabiliario Fernando Fernán Gómez, enseñaba a sus alumnos en la película de José Luis
Cuerda «La lengua de las mariposas».
Yo siempre la fotografiaba libando, recta o con una suave curvatura y me fastidiaba mucho.
Ahora que por fin lo he conseguido, puedo descansar tranquilo. Gracias, D. Gregorio.
Recibe, Carlos, el mejor de los abrazos de tu buen amigo
Javier