Escribe: Javier Cano
Tenemos la suerte de poder disfrutar en nuestro entorno de una temporada veraniega con una amplia oferta de festivales de jazz. Personalmente, procuro acudir a todas las sesiones que me interesan, atendiendo a la calidad e interés de los intérpretes, a las facilidades de acceso y a la disponibilidad de tiempo, tratando de conseguir una conciliación razonable en el tiempo dedicado al ocio y al negocio.
Voy a hablar preferentemente del Festival de Jazz de Getxo, que es el de mi localidad de residencia. En principio debería ser el que proporciona más facilidades para mí por la proximidad. Sin embargo, aunque vivo a escasos cuatro kilómetros del lugar, se me hace imprescindible ir en coche ya que esa distancia necesita un mínimo de una hora para recorrerla andando. Teniendo en cuenta que la última actuación termina, como muy pronto, sobre las doce de la noche, un servidor no puede dedicar una hora para volver a casa teniendo que madrugar al día siguiente y ya no hay metro a esas horas.
Una vez decidido tomar el coche uno se topa con el problema de aparcamiento en Algorta. Los que conozcan este barrio getxotarra sabrán que nuestros ediles lo han convertido en una de las peores pesadillas para la circulación a base de suprimir aparcamientos, cerrar calles a la circulación, estrechar calzadas, obligar a seguir itinerarios surrealistas e indescriptibles y completar el suplicio a base de guardias tumbados de altura y pendiente manifiestamente ilegales. En resumen, que cuando uno llega a la zona del festival, es imposible aparcar, con lo que hay que dar vueltas y vueltas hasta conseguir dejar tirado el coche, muy lejos del destino, y confiar en encontrarlo intacto a la vuelta.
La ubicación del festival también merece una reflexión. Se celebra en la Plaza del Biotz Alai, una especie de patio de vecindad, rodeado de bloques de viviendas, cuyos habitantes deben padecer todos los inconvenientes derivados del acto. No quiero ni imaginarme como se sentirán los que detesten el Jazz… Espero no tener que enfrentarme a ninguno airado a la salida de un concierto. Anteriormente, el Festival se celebraba en los frontones de Fadura, cuya acústica era pésima, pero al menos se podía aparcar sin problemas y no se molestaba a nadie. Me pregunto si la carpa que se monta en la actual ubicación no podría montarse en la explanada de las piscinas del Puerto Viejo. Todos lo agradeceríamos mucho.
Una vez superadas las dificultades de acceso, todo lo demás es disfrutar. Se ha notado algo las necesidades de recorte presupuestario este año, en cosas como la desaparición de la Marching Band que solía amenizar los momentos previos. Pero no se ha notado en la calidad de las actuaciones programadas que han estado francamente bien. Podemos resaltar el de China Moses y el de Mike Stern. La primera fue todo un descubrimiento, capaz de mantener la atención del público con su voz y su presencia en escena. Es hija de Dee Dee Bridgewater, de la que ha heredado la voz y la capacidad de comunicación, con los que encantó a los asistentes. El segundo era guitarrista del célebre grupo Blood, Sweat and Tears, que alcanzó la gloria a finales de los 60´s. Su acompañante, Richard Bona, fue otro descubrimiento del Festival. Virtuoso del bajo y dotado de una simpatía especial, se ganó al público de forma arrolladora. Los demás conciertos tuvieron un nivel muy bueno, Eliane Elias con su vibrante piano brasileño, Larry Carlton con su brillante guitarra y fino estilo y quizás el que menos enganchó con el público fue Wayne Shorter, uno de los grandes, pero que parecía estar de más en escena, limitándose a acompañar a un grupo de lujo formado, entre otros, por Danilo Pérez al piano y John Patitucci al contrabajo.
La sección a concurso sigue siendo un misterio para mí. Desde que tengo memoria nunca ha coincidido el premio del jurado con el del público. Se ve que los criterios a valorar tienen en cuenta materias que escapan a la mayoría de los presentes, poniendo de manifiesto nuestra ignorancia musical.
No voy a aburrir a los lectores incluyendo la programación, a la que pueden acceder en la página del Aula de Cultura de Getxo, pero os acompaño unas fotos tomadas por mí.