Escribe Oscar Paz: Ya hemos oído muchas veces eso de que de los errores se aprende, que lo importante no es las veces que te caigas, sino que seas capaz de levantarte después de ellas. Vamos que tenemos asumido que el error forma parte de nuestro camino y que no tenemos que tenerle miedo.
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Vale, pero por ahora sólo hemos hablado de los errores propios, ¿y de los ajenos? ¿cómo nos los tomamos? ¿somos comprensivos o pensamos que lo hacen para fastidiarnos? ¿aprovechamos la oportunidad para ayudarles a mejorar o les criticamos para sentirnos mejor con nuestra mediocridad? Como decía, en tono jocoso, el genial Javier Gurruchaga, «yo es que me rodeo de feos y gordos para parecer más guapo y delgado.»
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Cuenta la leyenda que había un humilde aguador que llevaba agua desde un manantial a casa de su amo con 2 cántaros colgados en el extremo de un palo. Uno de los cántaros estaba roto y siempre llegaba medio lleno. Después de 2 años el cántaro roto le dijo al aguador «me siento avergonzado, despues de 2 años y debido a mi grieta nunca he podido llegar lleno». El aguador le dijo: «no te preocupes yo siempre he sabido que perdías agua. He plantado semillas de flores en tu lado del camino, y cada día mientras que caminamos de regreso del arroyo, tu las has regado. Durante dos años he estado recogiendo estas flores para decorar la mesa de mi amo. Si no hubiese sido así, él no hubiera tenido estas flores tan bonitas para decorar su casa»
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Al igual que el cántaro roto todos tenemos errores y defectos, pero son precisamente ellos los que hacen la vida más interesante e invitan a nuestra creatividad a imaginar soluciones ingeniosas para sacar provecho de ellos y ver su lado más positivo.
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Tenemos que aprender a aceptar a cada persona tal y cómo es, hay cantidad de cosas buenas dentro de ellas a pesar que los defectos que le podamos ver desde fuera. Y es que Don Perfecto ni existe, ni se le espera.