Escribe: Javier López
Estimado Carlos: Todos hemos visto lugares que por una u otra razón nos han dejado
impresa su huella indeleble. Luego, aunque los años vayan arrojando paletadas de ceniza gris, su recuerdo inmarcesible se resiste a desaparecer en el pozo del olvido.
Hay uno que a mí me retorna como los turrones por Navidad, un lugar soñador del sudeste asiático que visité hace ya varios años.
Se trata de la bahía de Halong, en el golfo de Tonkin, al norte de Vietnam y a unos 170 km. al este de Hanoi, cerca de la frontera China.
Sus cerca de 2000 islas se extienden a lo largo de 120 km. de la costa. La UNESCO reconoce como Patrimonio de la Humanidad una zona de 434 km. cuadrados en la que se alzan imponentes 775 farallones.
Estos peñascos tienen diversas formas y tamaños, pero comparten una estructura rocosa y una lujuriosa vegetación que se ancla valiente a la peña, casi sin tierra.
Surgen del mar mostrando su personalidad y marcando diferencias con sus compañeros
con formas variopintas, atrevidas y altaneras, creando un conjunto singular que te atrapa sin remedio, por lo cambiante y sorprendente, por el desafío constante de su verticalidad, por la cercanía de sus emplazamientos y por su elevado número.
Cual gendarmes en formación de revista, como enhiestas piezas de un gigantesco tablero de ajedrez, estos islotes surgen del mar y se alzan verticales y desafiantes. Aunque el mar, implacable y poderoso, los va socavando de manera tenaz y silenciosa.
Es un inenarrable placer surcar sus tranquilas aguas a bordo de unos hotelitos flotantes con forma inspirada en los típicos juncos y shampanes, que navegan entre las islas de manera plácida y soñadora.
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