Escribe: Sabin Azua, Socio Director de B+I Strategy.
Parece casi ilícito, en medio de la tormenta económica y social que vivimos, apelar a actuaciones que tiendan a favorecer el desarrollo de la sociedad en el largo plazo. Casi todos buscamos recetas o “píldoras panacea” que nos ayuden a solventar la situación.
Creo firmemente que debemos poner a las personas en el centro de nuestras decisiones y promover medidas que fomenten la cohesión social. No es de recibo que, tras la vivencia de este tsunami, salgamos con una sociedad más fragmentada, más injusta y más discriminadora de los colectivos sociales más desfavorecidos.
Creo que esta situación no nos libera del compromiso de construir el futuro bajo nuevos paradigmas y mecanismos de integración social. Si queremos un país competitivo debemos ser capaces de instrumentar la generación de riqueza como el primer escalón de la política social.
Una sociedad sin capacidad de generar recursos, de insertarse con éxito en el entorno competitivo internacional, sin aportación de valor en todos los campos sociales, económicos, culturales, etc., está condenada a la caída de sus niveles de vida y a la perpetuación de las condiciones sociales de su población.
Desde mi punto de vista, con independencia de medidas tendentes a la generación de un entorno favorecedor de la capacidad de competir de nuestras organizaciones, la gran asignatura pendiente sigue siendo la EDUCACION. Necesitamos reforzar nuestro sistema educativo para afrontar con éxito los retos de la sociedad que se está abriendo entre nosotros.
Creo que no valen más leyes de educación (siendo necesarias), ni más reformas parciales del itinerario y los desarrollos curriculares. Basta de parcheo acomodado a las exigencias de los ciclos y alternancias políticas, de la presión de los distintos colectivos afectados. Debemos promover una auténtica revolución de nuestro sistema educativo, desde la edad preescolar hasta la Universidad, generando mecanismos favorecedores de una cultura y una praxis de aprendizaje a lo largo de la vida.
Cuando analizamos lo que hacen diferentes países de referencia a nivel global, en la mayoría de los casos resulta evidente que la calidad del sistema educativo se convierte en el principal vector de competitividad. La búsqueda permanente de la excelencia en este campo y la asignación de recursos y estrategias suficientemente largo-placistas y transformadoras, son consustanciales a esta apuesta.
Muchas veces oímos hablar de Finlandia como ejemplo de un sistema educativo de calidad. No ha sido fruto de la casualidad, sino consecuencia de una estrategia de país a largo plazo que tiene continuidad quién quiera que gobierne. Se apostó por una educación pública gratuita de gran calidad, con transformación de los sistemas de formación del profesorado, con una profunda revisión de los métodos de enseñanza y de los contenidos pedagógicos, con una formación centrada en el “ser” y no en el “tener”, con una monitorización permanente de resultados, etc.
Creo sinceramente que necesitamos un movimiento social que trabaje por una transformación del sistema educativo: debemos formar a nuestros niños y jóvenes en valores, competencias y conocimientos adaptados a las nuevas realidades, formar profesorado de alto nivel (no puede ser que durante años magisterio haya sido una de las carreras menos reconocidas y con menor exigencia formativa) que tenga una adecuada compensación, generar métodos que fomenten la curiosidad intelectual de los alumnos, el rigor crítico, la capacidad de aprender, el trabajo en equipo, el emprendizaje, la creatividad, la diversidad, la integración competitividad/cohesión social, etc.
Creo que la educación es el campo en el que debemos cimentar la competitividad y la cohesión social de nuestro país. Como decía Benedetti “aprender a ser, amar y compartir es lo único que da sentido a la vida”. Procuremos generar las condiciones para que este aprendizaje individual y social nos acompañe en nuestro camino.