N.E. Seguimos con la publicación del ensayo escrito por nuestro amigo Santiago Rivero sobre el conocimiento del cerebro y su aplicación a la mejora de las habilidades de gestión. En esta segunda parte nos adentramos en los procesos no conscientes del cerebro. Tanto ésta como la primera parte que ya ha alcanzado la cifra de casi 400 visualizaciones a través de nuestro servidor contratado con Calameo, están a disposición de los lectores del resumen que publicamos en el blog)
La tercera parte, «El mundo de las memorias», se publicará el 3 de marzo de 2014. Invitamos a suscribirse al blog para recibir aviso autómatico.
Escribe: Santiago Rivero
Parece que la gran mayor parte de nuestros procesos cerebrales (tal vez un 90%) tienen lugar de forma no consciente. Por tanto, no nos enteramos demasiado de lo que pasa en nuestra cabeza. Un buen ejemplo es todo lo relativo a la visión. En principio, parece una cosa muy simple: abrimos los ojos e inmediatamente tenemos ahí delante toda la realidad que nos circunda. Sin embargo, nuestros mecanismos de la visión son bastante más complejos de lo que nos imaginamos.
¿Qué parte del cerebro es la que ve? Aunque la llamada corteza visual está en la parte posterior del cerebro (área V1, en el lóbulo occipital), lo cierto es que en la visión intervienen ¡nada menos que unas treinta áreas distintas!,
Como es sabido, el proceso de la visión tiene lugar a partir de la retina, desde la cual se envían las aferencias visuales al tálamo, de donde parten dos vías que transmiten estas señales por dos vías distintas, conocidas como vía vieja y vía nueva.
La vía vieja transmite las señales que, partiendo del tálamo, continúan hasta una zona del lóbulo parietal. Esta zona está relacionada con los aspectos espaciales de la visión: nos permite determinar dónde está un objeto, aunque no nos dice nada acerca de cómo es éste: esto es, permite determinar dónde está un objeto, pero no cómo es. Por tanto, un sujeto que tenga una lesión que inhabilite su corteza visual no verá nada, pero su cerebro recibe información que le permite determinar dónde están los objetos que tiene delante, pero esta información no es consciente; por ello, si se le pide que los señale, dirá que no los ve, pero si se le insiste en que intente indicar con el dedo dónde están, lo hará con un elevado grado de acierto. Esto se conoce como “visión ciega”.
La vía nueva se dirige del tálamo a la corteza visual, en el lóbulo occipital, y desde ésta se prolonga en tres ramificaciones denominadas vía 1, vía 2 y vía 3.
La vía 1 (también llamada flujo cómo) se dirige al lóbulo parietal, donde la información aportada permite identificar la disposición relativa espacial de los objetos de un escenario. En cierto modo, su función es complementaria de la correspondiente a la vía vieja, pero más sofisticada que ésta.
Del área V1 del lóbulo occipital parte también la vía 2 (o flujo qué), que se dirige en primer lugar a la circunvolución fusiforme del lóbulo temporal, donde se identifica y clasifica el objeto contemplado, determinando si qué se trata: de una cara, un pájaro, un pez, etc., A continuación, la vía 2 alcanza otras zonas del lóbulo temporal, en las que no solamente se accede al nombre de aquello que se ve, sino que además se evocan los recuerdos asociados a ello. Esto va acompañado de una activación general de los lóbulos temporales, y especialmente de algunas áreas, como la de Wernike, que desarrolla unas funciones muy relevantes relativas al lenguaje, así como del lóbulo parietal inferior, que está implicado en una serie de actividades típicamente humanas, como la lectura, la escritura, la aritmética o la asignación de nombres a objetos. Una vez recopilados los significados en estas zonas, los correspondientes mensajes se envían a la amígdala, donde se evalúan y se generan las correspondientes respuestas emocionales.
Como ya se ha indicado, del área V1 parte también la vía 3 (llamada también flujo “y qué”), que pasa igualmente por la circunvolución fusiforme, donde recoge cierta información adicional (como pueden ser las expresiones faciales) y con todo ello se dirige directamente, siguiendo un atajo rápido, a la amígdala, que procesa velozmente la información relevante para la subsistencia y genera una respuesta inmediata para responder a lo que sea interpretado como una potencial amenaza.
La amígdala está conectada también con el lóbulo frontal, donde se realiza una evaluación más detallada y precisa de la información y se procede a adecuar la respuesta inicial inducida por la amígdala.
Como se desprende de la síntesis expuesta, el proceso de la visión es bastante más complejo que la idea intuitiva que tenemos de él, e incorpora una serie de mecanismos de los que ni siquiera tenemos conciencia. Esto es solo un ejemplo de los múltiples aspectos que ignoramos acerca, no solamente de cuestiones relacionadas con la percepción, sino con otras muchas referentes al aprendizaje, al recuerdo, a la comunicación, a la toma de decisiones., etc. Si queremos hacer un óptimo aprovechamiento de las capacidades de las personas, parece que partir de unas ideas equivocadas del modo en que funcionamos no constituye una buena opción. Por ello, se sugiere que resultaría provechoso en gran medida el desarrollo de prácticas para la mejora de aspectos tales como aprender y recordar, la percepción de lo que nos rodea, la resolución de problemas, el pensamiento creativo, la comunicación, el liderazgo, el desarrollo de las habilidades emocionales, la toma de decisiones, el trabajo en equipo y otras muchas que configurarían una larga lista; si todas ellas las ejecutamos, o mejor dicho, si las ejecuta nuestro cerebro sin que seamos conscientes de cómo actúa éste, ¿tenemos alguna posibilidad de inducir el óptimo comportamiento de dicho órgano cuando se ocupa de realizar las mencionadas tareas? Probablemente sí, o al menos en buena medida, si se ponen los medios requeridos para ello, pues es un hecho que los conocimientos en estas materias están avanzando a gran velocidad.