Amigo Carlos: Todo el mundo camina en pos del triunfo. A la gente le encanta hablar de logros. A la vista de lo que se escribe parece desprenderse que todo el personal está instalado en la victoria, ya sea en la vida pública, privada o profesional. Todos ganadores, en el amor o los negocios y todos somos del Madrid y sus 10 copas o Nadal o de la selección española (cuando van ganando). Cuando ya no ganan buscamos y nos damos de baja. Nos gusta contratar nuestras pólizas con las compañías triunfadoras y huimos en cuanto nos llegan noticias de que pasan por dificultades. En vez de colaborar, las hundimos más. Las derrotas, los abandonos, tienen mala prensa, cuando la tienen,… porque todos procuran ocultarlas. Por eso me ha parecido oportuno hablarte hoy de la realidad de la vida, de una meta fallida, de una sentida renuncia a alcanzar la cumbre.
Ya conoces sobradamente mi afición a la montaña. Es una metáfora de la vida. Es bella y hay que esforzarse para conseguirla. Además en la montaña, lejos de los convencionalismos urbanos, cada uno se muestra como es. Enseguida se descubre quién es egoísta, quién estoico y sabe sufrir, quién es trabajador y en qué medida. Hay un romántico compañerismo, una solidaridad entrañable, difícil de encontrar en otros ámbitos. La gente se saluda, se ayuda, se anima. Por eso me sigue gustando.
Además la montaña es un entorno de enorme plasticidad y las imágenes que recogen nuestras cámaras se incrustan en la retina y nos recuerdan la deuda que tenemos con la vida. Verás Carlos, aprovechando uno de estos días veraniegos y abusando de nuestra condición de jubilosos jubilados (perdón por el poliptoton) nos fuimos entre semana y casi de sopetón a Picos de Europa con la sana intención de ascender al Cotalba, un enhiesto pico de 2026 mts. de altitud. Las predicciones eran buenas pero cuando salimos desde Unquera para los Picos, nos vemos envueltos en una niebla pegajosa y gris que se adhiere al parabrisas del coche y nos impide ver la carretera. Pensábamos que al alejarnos de la costa, la niebla se iría diluyendo, pero nada más lejos de la realidad. Llegamos a Arriondas y solo niebla. Pasamos Cangas de Onís y más niebla. Covadonga está oculta por una firme pared opaca y comenzamos la subida a los lagos de Enol envueltos en la túnica gris.
Mientras subimos con precaución, más que nada por las vacas que suelen campar a sus anchas por la carretera, vamos recordando las animadas retransmisiones de Perico Delgado (y sus dequeísmos, cada vez más corregidos), de las etapas de Vuelta ciclista a España. Y llegando al lago Enol, ¡Maravilla!, se esfuma la niebla y un impoluto cielo azul nos sale a recibir. Por un lado la niebla y a a nuestros pies, y por otro, pugnando por alcanzar el cielo, las elevadas cumbres del macizo occidental, el Cornión. Son momentos que no se olvidan. Dejamos el coche y emprendemos la bonita senda que trepando traviesa, nos va a acercar a la cumbre que hemos proyectado. El desnivel que debemos salvar no es mucho, unos 1000 mts. pero la distancia parece considerable.
La subida no es muy exigente, pero es continua y no da mucho respiro. Y así, trepando entre grandes bloques desprendidos, algún argayo, poco a poco, sudorosos, vamos alcanzando Vega Redonda y sus refugios. Desde el camino vemos más cercana nuestra meta, Cotalba, una cima rocosa que nos vigila mientras trepamos.
Pero, avezados como somos, pronto nos damos cuenta de que algo no marcha bien. Hemos tardado mucho en alcanzar Vega Redonda y hemos tenido que beber bastante. La culpa la tiene el tiempo, pues habían dado para esos días alerta amarilla en media España por la invasión de una ola de calor africano. La verdad es que en las alturas, con la brisa, no suele manifestarse, pero hoy hay poca brisa, no hay sombras y el sol martillea de lo lindo.
El terreno por el que discurre el camino, un caos kárstico, tampoco colabora mucho y nos vemos obligados a seguir la ruta señalada por mis amigos los “jitos” por un marcado sendero que a veces asciende píndio aunque otras nos da respiro. A las 3 horas paramos a descansar y con el refrigerio analizamos la situación. El “tío del mazo” que hubiera dicho Perico Delgado nos acecha detrás de cada recodo, oculto tras cada roca, disimulado tras cada ascenso, cada vez más penoso, más trabajado. Nos queda una subida de casi un kilómetro con más del 30% de desnivel y el sol implacable ha ido minando nuestro vigor. Pero lo que vamos perdiendo en vigor, con los años, lo hemos ganado en prudencia. Estamos algo cansados y vamos a dejar el Cotalba para otro día. No nos tiembla el pulso. Lo que de verdad nos aterra es que los periódicos de mañana publiquen: El helicóptero tiene que recatar a un par de ancianos de 70 y 74 años que hacían el gamba intentando subir a Cotalba. ¡Mejor estaban en el asilo! Aunque ya sabes, Carlos, que de toda derrota se puede sacar algo positivo.
Cuentan que en la guerra, un soldado recibió una carta de la novia diciendo que le devolviera su foto, porque como tardaba mucho en regresar, no había podido resistir más y se había enrollado con otro. El soldado, pidió a sus compañeros que le dejaran la foto de sus novias y la respondió
diciendo algo así: Mira, como no me acuerdo bien de cómo eres tú, te mando todas, coges la tuya y me devuelves el resto. Fina venganza, sí señor. Nosotros también queremos sacar partido del fiasco y pensando en la parte lúdica, nos dirigimos a visitar la tumba de Pedro Pidal, al famoso y ahora cercano Mirador de Ordiales.
Don Pedro, el marqués de Villaviciosa fue el primero en ascender, con ayuda del “Cainejo”, las recias paredes del Pico de Urriellu, más conocido por el Naranjo de Bulnes. Su última voluntad fue ser enterrado en este espléndido mirador, mil metros por encima del tajo que le ha dado al paisaje el Dobra, con ayuda de los siglos. Si te asomas con cuidado las vistas son impresionantes. Eligió bien el lugar.
Aquí, ante esta impresionante vista que se convierte en mar de nubes- la niebla sigue hacia la zona de Redes y el interior-, lamemos nuestras heridas y nos consolamos. Al emprender el descenso comenzamos a verlo todo de otro color y nos damos cuenta de lo bonito que está el monte, lleno de mis adoradas amigas las flores de montaña, que brotan en cualquier resquicio de las peñas.
Salen a nuestro encuentro infinidad de flores que a duras penas consigo identificar, azules, blancas, violetas o amarillas.
Solas o en grandes grupos, se afanan en la labor común de engalanar la montaña. En la subida nos habían pasado más desapercibidas y ahora yo, cuidadosamente las voy registrando para el invierno, para cuando tenga tiempo de clasificarlas. Muchas ya las tengo fichadas de anteriores correrías, las blancas saxifragas, en grandes grupos, las potentillas aureas, como botones de oro, la azulada eritrichium nanum o la humilde malva silvestre.
El monte bulle de vida y numerosos animales apacientan en los altos prados, fuertemente disputados a las rocas. Los animales pastan en libertad vigilada y el sonido de los campanos acompaña su apacible pacer y se extiende por la montaña como una melodía rustica, cual salmódica oración. Las vacas están tan a lo suyo que nos ignoran completamente y alguna, de manera obstinada, hace uso del camino, ajena a nosotros y nos impide el paso. Javi Orio que se entiende bien con los animales,- yo he visto a un rebeco salvaje llegar a chupar el sudor salado de su muñeca-, tiene que negociar con ella para que nos deje libre el sendero. Y así, entre flores y animales pastando plácidamente, ajenos a las hipotecas, la prima de riesgo o la poca honestidad de los políticos, en ese mundo ideal alejado de la prisa y la competitividad, donde lo material cede el paso a lo espiritual, vamos descendiendo sin prisa en busca del aparcamiento cerca de la vega de Enol, donde nos espera el coche y eso que llamamos civilización. Mis amigos los “jitos” nos van guiando el descenso a través de este caos kárstico y me traen al recuerdo el no muy lejano artículo en el que te contaba la labor que hacen estos pétreos centinelas, sobre todo los días de niebla, cuando es difícil orientarse.
Bueno Carlos, espero que comprendas que la edad va colocando a todos en su sitio. Hace años mi amigo Javi Orio, que hacía tres horas en la maratón o yo que hacía tres y media, nos hubiéramos comido con patatas esta tachuela. La felicidad está en saber adaptarnos a nuestras posibilidades reales. Nos vamos haciendo mayores y lo malo es que se nota. A nuestra edad, los deseos y las realidades son vías que no siempre corren paralelas. El Cotalba, aliado con la ola africana de calor, nos ha vencido esta vez, pero la próxima, posiblemente caerá. Porque… habrá próxima. Ya estamos pensando en volver y en dormir más cerca, en el refugio de Vega Redonda, para haciéndolo en dos jornadas poder llegar enteros y guardar fuerzas para el descenso, que es cuando se producen más accidentes, por el cansancio acumulado en la subida.
Mientras tanto, seguiremos entrenando para afilar bien el cuchillo. Hasta entonces, recibe Carlos, el mejor de los abrazos de tu viejo amigo
Javier