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El Gilbo, centinela de Riaño

Fecha

bñ1Escribe: Javier López Isla

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Querido Carlos: Es un placer volver a ponerme en contacto contigo. Ya sabes que de vez en cuando me invitan mis amigos leoneses a compartir con ellos su maravillosa región norteña. Eso que tú algunas veces has definido como “Los paraísos de mi amigo Javier”. Naturaleza en estado puro. Y además compartida con gente noble y recia.

Aprovechando una ventana anticiclónica, a finales de Setiembre subimos a Portilla de la Reina, en la vertiente leonesa del puerto de San Glorio, donde unos buenos compañeros de fatigas montañeras me tenían preparada una ascensión singular.

Decían nuestros mayores que a las fiestas se las conoce por las vísperas. Y la velada preparatoria no pudo ser más agradable, reunidos en torno al fuego, relatando viejas aventuras, recorridos y ascensiones, desgranando recuerdos y saboreandobñ2 bñ3 despacio una copa de licor en agradable compañía, mientras fuera brillaban las estrellas y la noche gélida bajaba de 0 grados. Desde el mismo pueblo se podía escuchar el lejano sonido de la “berrea”, la época de apareamiento en que los venados machos sacuden los montes con sus bramidos, marcando el territorio y haciendo la campaña publicitaria para impresionar a las hembras.

A la mañana siguiente partimos para trepar al solitario centinela de Riaño.

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El impopular pantano comparte un inenarrable decorado de cumbres calcáreas que bajan serenas a beber de sus azules aguas. El Gilbo es como un pequeño Cervino, y no por los ciervos que pasean por los bosques de su base, sino por su parecido con el mítico Matterhorn suizo.  bñ5

La verdad es que cuando lo vi por vez primera pensé que el “pirata” de mi yerno, uno de mis entrañables guías de la zona, estaba pensando en adelantar el cobro de la herencia.

Lo que sucede es que el Gilbo es una de esas montañas que una vez vistas, uno no puede resistir la tentación de treparla.

Me habían asegurado que no había pasos muy aéreos y yo que no me lo creí del todo, iba un tanto receloso. Sus impresionantes paredes no es que inspiren demasiada confianza. Esa manera de señalar el cielo sin disimulo…

El pantano, de mañanita, estaba todavía envuelto en la sábana de niebla que se fabrica para abrigarle en las noches heladoras y cruzamos Riaño sin ver sus aguas. Buscamos el cercano pueblo de Horcadas, también envuelto en la niebla y poco a poco, por una senda que discurre por detrás de la iglesia nos acercamos a la base de nuestro reto.

A medida que vamos ganando altura vamos superando la gasa que envuelve al monte y ante nuestros ojos aparece su lado largo, en una vista desconocida hasta ahora.

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Lentamente comenzamos los preparativos y mientras tanto la niebla por fin se diluye y podemos ver nuestra meta recortada sobre el cielo azul.

Mis guías enseguida me alertan de la presencia de un grupo de venadas, sin macho, que nos observan atentas a nuestros movimientos y que ante nuestra proximidad, emprenden una alocada huida.

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Y ya, solos ante la mole rocosa, nos disponemos a atacarla.bñ11 bñ12

 

En vista de que de frente presenta muchas dificultades, han decidido rodearla y subirla por su parte posterior.

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bñ15bñ16El camino es muy pendiente y está algo resbaladizo por bñ13las lluvias de los días precedentes, pero animosamente vamos trepando y ganando altura. Lo que al principio parecía inexpugnable tiene un punto flaco.

Una canal herbosa que permite progresar sin problemas hasta la arista cimera.

Es una senda muy pindia pero nada expuesta. Pindia es una palabra típica de Cantabria y sus alrededores y como habrás deducido viene a significar “empinado” y fatigoso.

Pronto nos tenemos que despojar de la ropa de abrigo y comienzo a lamentar que no podamos ver a las venadas, porque ahora mis guías no se paran con esa excusa y yo no me puedo recuperar cuando pierdo el resuello.

El pulsímetro me avisa de que ya no voy aeróbico y prefiero dejar de mirarlo. Así que cucamente les engaño proponiéndoles alguna foto y señalándoles las bellezas que se van descubriendo a medida que vamos ganando altura. Vamos dejando abajo otro pétreo centinela de guardia en el pantano, el cueto Cabrón (y perdón por la expresión de la palabra).

A medida que vamos subiendo se va ampliando nuestro campo de visión y nos vamos admirando más y más. Ahora ya subimos con el irrefrenable deseo de alcanzar la cumbre porque intuimos que las vistas desde la cima tienen que ser fuera de lo común. Los brazos del pantano comienzan a rodearnos y dan la nota azul entre el verde de los bosques y el color blanco de la piedra caliza. Las últimas trepadas nos exigen echar las manos en algún pequeño paso, para estar bien seguros y tras hora y media alcanzamos la cima.

Verdaderamente las vistas desde la cumbre son espectaculares y se puede apreciar
desde el macizo del Manpodre hasta la pirámide del Espigüete ya en tierras palentinas.

El Gilbo es como un nido de águilas, es como un serviola en la cofa del pantano.

Ahora que la niebla ya se ha disipado, nada impide la contemplación de este pequeño mar noruego dispersándose entre los fiordos.

A lo lejos, los Picos de Europa asoman sus elevadas cumbres como poniéndose de puntillas para admirar este bello panorama. bñ23El día es magnífico, sin nubes y bastante claro, y la temperatura ha subido mucho en comparación con la gélida noche rasa.

Así que sacamos nuestras viandas en la cima y nos disponemos a almorzar en el restaurante con mejores vistas del país.

bñ24El Gilbo no es un monte muy alto, 1677 mts. pero las vistas sí son bñ14 bñ15 bñ16 bñ17bñ19excepcionales. Nada estorba su visibilidad y en 360º bñ18domina valles como Anciles, difíciles de ver desde otras cumbres. Así que dejamos a nuestras cámaras que capten toda la belleza del lugar y con pereza vamos recogiendo todo para emprender la bajada que debido a lo húmedo del camino nos inspira cierto respeto.  (Del descenso no tengo fotos, porque necesitaba las dos manos y el bastón para afianzarme a todo lo que sobresalía.)bñ20

 

En eso se conoce, amigo Carlos, que vamos haciéndonos mayores. Hace años hubiera bajado saltando, pero la biología tiene sus leyes que la voluntad no puede domeñar.

A medida que bajamos se hacen más visibles el nuevo Riaño y su puente.

 

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Lentamente vamos dejando las pindias paredes, la verticalidad va cediendo porcentajes y con la emoción todavía bullendo en las retinas hirvientes, accedemos a los pastizales que han de conducirnos al pueblo de Horcadas.

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Es la hora de detenernos ante el color de unos pétalos o la simetría de una corola. Vamos demorando la retirada con mil excusas, como si el inconsciente deseara anclarnos en esta visita al edén.bñ26 bñ27 bñ28 bñ29

 

Unas veces es un roble enorme, la huella fresca de animal salvaje, un zorro escapando alocadamente mientras mantiene tiesa su larga cola, un tejo solitario, unos modestos crocus o unas elegantes centaureas.bñ30 bñ31 bñ32 bñ33

 

Excuso decirte, amigo Carlos, que esta fantástica jornada montañera no hubiera sido posible sin la colaboración de estos dos guías de Portilla de la Reina, Luis y Txitxo, enamorados de la naturaleza y buenos conocedores de la zona, que habían planificado la subida y que llevaban varios días regodeándose y frotándose las manos solo de pensar lo que me iban a hacer sudar ascendiendo las empinadas pendientes del Gilbo. No les defraudé.bñ34 bñ35

 

Y ya amigo mío me despido hasta la próxima no sin antes enviarte el mejor de mis abrazos.

Tu amigo de siempre

Javier

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