Las vacaciones son buenos momentos de lectura de todo tipo.
«SPQR, una historia de la antigua Roma» de Mary Beard y «¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?» de Katrine Marçal son dos libros muy recomendables, interesantes, bien escritos y, en muchos aspectos, provocadores con el «stablishement» respectivo.
No tienes más que abrir cada pestaña para ver dos amplias reseñas.
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SPQR, una historia de la antigua Roma.
La autora, Mary Beard, es una historiadora inglesa que se adentra en esta obra de análisis de la fundación y consolidación como imperio de Roma con un estilo realmente desenfadado y no por ello menos profundo. Es un libro que se lee, casi, como una novela de Santiago Posteguillo, que vaya por delante me encanta lo que escribe, igual que a mi amigo Julián López Zaballos.
Mary Beard desmenuza los detalles de la fundación de Roma y, para empezar, desmitifica la historia de la loba dando de amamantar a los fundadores de la ciudad, Rómulo y Remo, para profundizar en las guerras de ciudades próximas de Etruria y Latio.
Hay un aspecto que me ha llamado fuertemente la atención sobre la evolución de la ciudad de Roma y su capacidad para convertirse en el imperio más poderoso durante casi 1000 años, si contamos los tiempos iniciales sobre los cuales sabemos muy poco – como dice Mary Beard, “los historiadores a los que seguimos para conocer ese tiempo, escribieron mucho tiempo después, incluso influidos por lo que querían que fuese Roma más que lo que había sido” – y es la capacidad de asimilación de otras culturas y convertir con gran facilidad a los pueblos conquistados en “ciudadanos romanos”, aun aceptando el enorme número de sus estratos sociales.
Esta capacidad de asimilación y reconocimiento se hacía bajo principios muy férreos, en ocasiones brutales, del poder romano y sus principios reguladores, que por ejemplo en materia religiosa eran enormemente liberales que diríamos en terminología actual.
Sin duda, esta lección de liberalidad bajo principios firmes de vigilancia y exigencia de convivencia es una buena lección para los políticos actuales y su actitud ante los refugiados.
Otro aspecto que me llama la atención es la disección de los principales personajes de la historia de Roma que en términos generales, Mary Beard, desmitifica y disecciona con meticulosidad. Ni unos fueron tan inmorales, caso de Calígula, ni otros fueron tan extraordinariamente grandes hombres, como César, Adriano, Augusto o Trajano.
La construcción y consolidación de Roma como imperio fue en todo momento una lucha entre los poderosos por el poder donde el pueblo tenía poca influencia, más bien los poderosos lo utilizaban para conseguirlo.
Como sostiene Mary Beard, en muchas ocasiones hemos creído el relato de los historiadores antiguos que más que historia hacían hagiografía de quienes les pagaban o mantenían, llevándonos a una exagerada idealización de los protagonistas.
En el libro de la profesora Beard, es Roma quien toma la palabra, y la toma de muchas maneras, echando mano de muchas formas actuales de la investigación histórica, como analizando las cartas de Cicerón o investigaciones arqueológicas recientes de esqueletos que le permiten obtener deducciones diferentes a las que siempre se han dado por buenas.
Cuando he leído otros libros sobre Roma, pienso en la biografía de César, por ejemplo, es el personaje el eje central de todo. En este no es así, son los personajes los que giran alrededor de la idea central, Roma como algo complejo, vital, enigmático, firme y en ocasiones confiado. Parafraseando a Hauriou, “la institución prevalece sobre la persona”
Es, en suma, un libro que merece la pena comprar, que se lee con deleite y que, en ocasiones, nos ofrece comparaciones interesantes con la actual política española.
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¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?
Estupendo, inteligente, entretenido, divertido a veces, provocador, el libro que Katrine Marçal ha escrito mirando la economía con las “gafas violetas” del feminismo.
Se nota que la autora es periodista, jefa de opinión de Aftonbladet, el principal periódico de Suecia, porque plantea rápidamente la trama con este comienzo: “Cuando Adam Smith se sentaba a cenar, pensaba que si tenía la comida en la mesa no era porque les cayera bien al carnicero y al panadero, porque estos perseguían sus propios intereses por medio del comercio. Era, por tanto, el interés propio el que le servía la cena. Sin embargo, ¿era así realmente? ¿Quién le preparaba, a la hora de la verdad, ese filete a Adam Smith?”.
El libro es una crítica en toda regla es pues una crítica en toda regla a la alianza entre el patriarcado y el neoliberalismo que genera una brutal desigualdad y que muy especialmente continúa situando a la mitad femenina en condiciones de mayor vulnerabilidad.
La autora llama la atención sobre que sólo cuenta el trabajo de los hombres frente al “invisible de las mujeres”, el desarrollado en el espacio público, considerado productivo y por lo tanto con valor social y económico, frente al que tradicionalmente ha estado en el privado y que en consecuencia se ha considerado más una proyección natural de la feminidad que un auténtico motor de la economía.
Katrine Marçal, deja bien claro que necesitamos otro modelo de “contrato” que nos permita superar el sistema sexo/género y que de manera urgente supere las divisiones masculino/femenino, público/privado, productivo/reproductivo y razón/emoción. Lo cual implica superar a su vez el paradigma del “hombre económico” como el sujeto sobre el que hemos construido las referencias políticas, jurídicas, culturales y hasta simbólicas de nuestras sociedades.
Como bien concluye la autora, Margaret Douglas, la madre de Adam Smith, es la pieza que faltaba al rompecabezas. Ella, y todas las Margaret que en el mundo han sido y son, nos demuestran que “el secreto mejor guardado del feminismo radica en lo relevante que un enfoque feminista resulta a la hora de buscar una solución a nuestros principales problemas económicos convencionales”. O dicho de otra manera “hemos de decir adiós al hombre económico y construir una sociedad que dé cabida a una concepción más amplia e integradora de lo humano”.
En definitiva, como indica Katrine Marçal, “para que la economía pueda solucionar los problemas de la especie humana, es imprescindible que no siga fijándose ciegamente en una fantasía masculina en la que hay un solo sexo”.
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