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Diseñadores de futuro

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Por Julián Gutiérrez Conde

Me parece admirable la inteligencia, creatividad y energía que confluyen en las Mentes Emergentes de muchos jóvenes que diseñan y hacen realidad proyectos de digitalización, robótica e inteligencia artificial que traerán mucho mayor confort a nuestras vidas tanto en lo profesional como en lo personal.

Son esos Hijos del Futuro quienes nos acercan a velocidad vertiginosa hacia una indiscutible Nueva Era. Son los mejores exponentes actuales que conjugan el progreso generado por el espíritu aventurero y la ambición que lleva en su sangre la especie humana. Son ellos quienes con sus extraordinarias cualidades empujan el desafío de la digitalización que nos proporcionará beneficios y desarrollo extraordinarios.

Rompen con la visión tradicional, los procedimientos habituales y los modos clásicos de afrontar las situaciones. Consiguen además un mayor rendimiento, mayor productividad y consecuentemente beneficio económico.

Me encanta la pasión con que buscan soluciones imaginativas capaces de convertir en simples y accesibles operaciones que antes eran engorrosas, pesadas y complejas. Hay que ser muy inteligente para crear ingenios que simplifican lo complicado.

Respeto especialmente su vocación por acercarnos a la realidad. Es indudable que sus proyectos están pegados a la tierra. Y mis favoritos son aquellos que no son elitistas sino personas deseosas de facilitar la vida de los demás, especialmente de la gente sencilla. El ingenio creador no es nuevo pero ahora se ha multiplicado en extensión e intensidad por la accesibilidad y democratización que ofrecen las nuevas herramientas tecnológicas y de comunicaciones.

Asistir a algún Congreso sobre Digitalización en cualquier sector es algo así como cerrar los ojos, soñar y ver como los más imaginativos sueños que se hubieran podido ocurrir a Julio Verne no sólo se hacen realidad ante nosotros sino que además podemos probarlos y manejarlos en tiempo real.

En todas las épocas han existido arquitectos del futuro; personas capaces de aglutinar en sus propósitos creatividad, energía proactiva y conocimiento.  Creatividad para concebir las cosas de modo diferente; Energía para actuar con consistencia y pasión. Inteligencia para disponer no sólo de los conocimientos sino además de la voluntad de investigar y tener una mente abierta para aprender todo lo que sea posible. Eso no es posible sin además una buena dosis de humildad. Porque ser disruptivo conlleva entender que uno es pasajero. Porque sentirse “superior” es situarse en el borde del abismo que significa la obsolescencia.

La imaginación y la creatividad son valores diferenciales del género humano que nos empujan hacia ambiciosas aspiraciones. Y en cada época han existido “locos visionarios”. Imaginen a Edison empeñado no sólo en descubrir la luz eléctrica sino además en hacerla extensible e imprescindible para la humanidad. O a Juan de la Cierva con su autogiro proponiendo la posibilidad de construir un ingenio capaz de volar y ser precursor de los hoy imprescindibles helicópteros. O a Isaac Peral diseñando un artilugio con el que los humanos podríamos viajar y explorar las simas de nuestros mares.

Aquellos “idealistas” eran vistos con una mezcla de asombro, admiración e incredibilidad. Eran seres tan aislados y poco frecuentes que no estaban a la altura de la masa media ante quienes parecían proponer soluciones fantasiosas. Pero el mayor empuje de sus proyectos era su deseo de ofrecer a la humanidad su mejor contribución y de ese modo alcanzar la Gloria.

Hoy se les exige utilidad, rentabilidad e inmediatez; por eso su moderno formato de “start up” anexa la ambición del rendimiento económico. La Gloria es algo anacrónico para la mayoría. El idealismo se mide en generación de beneficios. Los inversores, a pesar de ser los más ricos de la historia, parecen no tener tiempo.

El rendimiento económico no es malo en sí mismo, pero si contamina los proyectos desde su nacimiento, su efecto es tan excesivamente pesado que condena al ostracismo a miles de mentes maravillosas. Imagino que es algo así como si a un pintor principiante se le exigiera desde el primer momento la máxima cotización de sus lienzos en una subasta internacional.

Si el concepto rentabilidad inmediata hubiera sido la escala de medida de la utilidad y de valor de las cosas, muchos de los contenidos más hermosos de nuestros museos no hubieran existido. ¿Cuántas obras hermosas de hoy dejarán de existir por esa causa para las generaciones futuras?

Hoy a los nuevos proyectos les apremia la velocidad de salida, la proximidad del desecho, el riesgo de copia, y la protección ante la vulgarización por pasar de moda y frustración.

…………………….

He estado en varios congresos sobre digitalización en el que se presentaron interesantísimos proyectos. Sólo dos personas de entre todos los asistentes acudimos con atuendo clásico y corbata. Incluso muchos de quienes me consta que lo utilizan habitualmente, ese día se las retiraron para acomodar su imagen al nuevo uniforme “disruptivo”.

El concepto de que “si es útil y es rentable, es bueno”, conlleva riesgos. Es un argumento muy elemental. Así, el tabaco es útil para aliviar la ansiedad o el capricho de algunas personas; además es rentable, no sólo para las tabaqueras sino además para los Estados que obtienen suculentos ingresos, y sin embargo sabemos que es rotundamente nocivo. Lo mismo sucede con algunos productos farmacéuticos, alimenticios, cosméticos o materiales de construcción que son dañinos. Algunos de ellos fueron celebrados inventos en su momento y años después se evaluaron sus efectos secundarios.

Todos esos potenciales nuevos proyectos han sido muy analizados y estudiados desde la perspectiva de la economía, la ciencia, la tecnología y la utilidad pero ¿son igualmente analizados desde el impacto en otros factores de las personas?

¿Cuánto tiene de útil y cuánto de nocivo el mundo digital? ¿La idolatría y la ciega devoción por ese nuevo mundo, no impiden evaluar con detenimiento los riesgos?.

Lo digo porque personas tan poco sospechosas de formar parte de las Mentes Emergentes Diseñadores del Futuro como Tim Cook, consejero delegado de Appel ha afirmado que: “…jamás permitiría que su sobrino de doce años tuviera acceso a las redes sociales” y Sean Parker, cofundador de Facebook explica:” Sólo Dios sabe lo que se está haciendo con los cerebros de los niños”; de esos niños a los que todos consideramos ya “parte intrínseca de la modernidad y el futuro”. Y sin embargo una generalidad de las personas piensan que están dando voz a los que antes no la tenían, dice Antonio Muñoz Molina.

Estamos ante una nueva novela de Julio Verne con la diferencia de que esta vez parece obligatorio tener que vivirla.

Un supermercado de Japón muestra en sus espléndidas estanterías una sóla muestra de cada producto. Los clientes se pasean ante ellas sin recoger un sólo envase. Tan sólo registran con su móvil aquel que desean. A las dos horas su pedido les será enviado a su domicilio directamente.

También existe un hotel sin empleados en el que todo está automatizado. Dos robots en diferentes idiomas hacen las labores del departamento de recepción con los clientes e igualmente las demás tareas se ejecutan sin necesidad de intervención de personas. Hay mucha eficiencia y beneficio en este proceso.

Hay una cosa que bulle en mi cabeza: ¿Sobrevivirá el derecho a ser marginal y no querer incorporarse a la vía digital? Uno de mis mejores maestros profesionales me enseñó a preguntarme: ¿Y si nó…que pasa?. Esa pregunta me ha resultado ser un antídoto muy eficaz contra las obsesiones que a veces me han envuelto. Con frecuencia he llegado a la conclusión de que “nó pasa nada” y que “hay otros mundos”.

Pregunto una cosa que no acabo de entender: ¿Tiene una persona por fuerza que ser competitiva? ¿Tienen que ser sus actividades obligatoriamente rentables para sobrevivir? Y como consecuencia: ¿Debe ser obligatorio integrar la digitalización en la cotidianeidad?

Existen otros mundos mucho más simples y naturales. ¿Acaso deben ser excluidos y marginados, o incluso expulsados, quienes deseen permanecer en ellos?

Me pregunto sobre los efectos secundarios que dejan tras de sí los proyectos de digitalización. El principio de “si es útil y es rentable, es bueno” me hace surgir ciertas dudas.

¿Cómo medir los efectos y consecuencias de la reducción a mínimos de las redes de relaciones interpersonales?.

¿Cómo será la vida cuando en aras de la practicidad y la economía no tenga oportunidad de conversar con el kioskero, o de pedir recomendación sobre la fruta más conveniente al dependiente de la frutería, u orientación al empleado de banca, o simplemente conversar sobre el tiempo con el taxista que me lleva al aeropuerto, o intercambiar un saludo con el portero de mi comunidad?.

¿Cómo serán las cosas si no puedo ser yo quien abra la puerta de mi casa con el llavín de siempre, o regular la temperatura que me apetezca sin tenerla programada? ¿Por qué no puedo disfrutar de conducir un vehículo sin que esté siguiendo las instrucciones de carreteras balizadas? ¿O incluso sufrir que mi frigorífico se encuentre desabastecido?

No se si tanta asepsia y automatización, aunque sea muy rentable y cómoda, será sana para las personas que estemos Atrapadas por el Futuro.

No seré yo quien se declare opuesto a la evolución ni a la digitalización ni al internet de las cosas ni a la incorporación de la inteligencia artificial a nuestras vidas, pero antes de deslizarme con pasión por esa cuesta abajo pediría algo más de reflexión sobre las consecuencias.

A ver si va a resultar que al final los nuevos “disruptivos” en el futuro vamos a ser aquellos que vestíamos con traje y corbata en aquellos congresos.[/vc_column_text][/vc_column][/vc_row]

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