Escribe: Javier López
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Estimado amigo: Supongo que la comunidad del “Seguro” estará satisfecha de la deriva religiosa que está tomando el mundo moderno. Ya creo que quedan muy pocos que pongan en práctica aquello del bíblico “Dios proveerá”, y casi todos, olvidando lo de los lirios del campo y lo de los pajarillos por los que vela el Padre del evangelio, prefieren asegurarse el futuro y evitar incertidumbres mediante los contratos con una buena compañía del ramo, y esa creo yo que es la razón de la buena salud y el poderío de las que goza el gremio.
A diferencia de los dioses, que son seres necesarios y llevan en sí mismos la esencia de su ser, según la filosofía tomista el hombre es un ser contingente. Un ser que depende de otros y que se ve muy influenciado por las circunstancias. Por ello, consciente de su debilidad, desde el alba de los tiempos ha creído en los Dioses, seres superiores, que piensa que le han creado y que velan por él y por todos los animales que le acompañan en el mundo. Esta ideología, el creacionismo, está de moda en USA, ese glorioso país que disfruta dirigiendo los destinos de la humanidad y resulta curioso que crean a pies juntillas en algo difícil de creer, e imposible de demostrar y sin embargo desprecien las pruebas evidentes de la evolución, algo tan difícil de despreciar. Pero así es el hombre, un cúmulo de contradicciones.
El hombre actual, gracias a Dios, cada día cree menos en la “providencia divina” y procura asegurarse la tranquilidad aquí, mediante las pólizas de seguros. Pero por si acaso, hay muchos que tienen otra póliza contratada para el más allá, porque creen que esos seres superiores, al final de la vida van a juzgar nuestro comportamiento y nos van a premiar o castigar según hayamos obrado. Este sentimiento lo canalizan las religiones, que diseñan sus ritos y preceptos para que podamos alcanzar la gloria en la compañía de los seres que nos crearon.
Algunos piensan que con pagar la prima, en el caso de la religión católica, con ir a misa los domingos, ya tienen asegurada la cobertura. Olvidan que al igual que los contratos de seguros hay que cumplir la letra pequeña, determinadas cláusulas, para que la cobertura
sea efectiva. No vale conducir borracho o participar en carreritas si quieres luego cobrar el siniestro.
Pues con la religión, lo mismo. Si no amas y defiendes a tu prójimo como a ti mismo, si vives de espaldas a las bienaventuranzas, no cumples los mandamientos divinos, no repartes con los desfavorecidos y no amas a tus enemigos… por mucho que pagues, por mucho que reces… luego no cobras.
Son varias las organizaciones religiosas que extienden este tipo de seguros para una eterna convivencia con el Creador tras la muerte. Cristianos de varios tipos, romanos, ortodoxos, anglicanos, luteranos, calvinistas, anabaptistas, pentecostales, metodistas, bautistas y un largo etc.
Musulmanes chiitas, ismailitas, duodecimanos, sunís, wahhabís, sufitas, y otro largo etc. Hinduistas monoteístas, advaítas, o politeístas, visnuístas, krisnaístas, shivaístas, o shaktistas. El Judaísmo, ortodoxo, masortí, o reformista y la fe Bahaí.
Estas son las grandes compañías multinacionales, pero luego hay repartidas por el mundo otra gran cantidad de carácter más local, desde Manitú a Zoroastro, que también ofertan a la humanidad ese dorado provenir.
Pero amigo Carlos, hay una faceta de estos colectivos que las compañías de seguros terrenales jamás podrán igualar. Me estoy refiriendo a los templos, las oficinas de contratación. El arte más depurado se puso siempre a disposición de las religiones, que han creado unos edificios solemnes, que pudieran impresionar al común de los mortales y que le hablasen de la futura dimensión eterna que les espera.
A mí Carlos, estos grandes templos me siguen emocionando, trabajo intenso y fino de honrados artesanos, pero, qué quieres, tengo un especial cariño por las pequeñas ermitas y humildes oratorios, por las oficinas rurales, vaya.
Siempre he pensado que en las oficinas pequeñas es más cordial el trato y mucho más intensa la relación que se establece con la clientela.
A menudo, me llaman la atención las enhiestas torres que coronan los edificios, como si el constructor hubiera querido acercarse más a ese cielo que auguran.
Y es una constante que se manifiesta en todos estos impresionantes edificios.
Muchas veces es la torre lo más impresionante del templo y lo que más nos llama la atención, pues casi siempre, su altura hace que sea lo primero que vislumbremos. El problema suele ser fotografiarlas, pues tenemos que alejarnos mucho para poder sacarlas enteras. Hay que echar mano del gran angular y tienden a salir algo distorsionadas.
Grandes, medianos, pequeños o insignificantes, estos templos acogen la esperanza de una humanidad que se sabe perdida y vulnerable en este valle de lágrimas y en la penumbra de sus viejas piedras, el hombre pide comprensión y ayuda. Siempre merecerán mi respeto.
Bueno Carlos, esta ingenua reflexión coincide en el tiempo con la Semana Santa, que como sabes, tantos enfervorizados seguidores tiene en nuestro país. A mí me ha servido para poderte mostrar la enorme plasticidad de estos elegantes edificios y ya me despido hasta la próxima haciéndote llegar un fuerte abrazo.
Tu amigo de siempre.
Javier