Escribe: Javier López
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Amigo Carlos: Hoy quiero hablarte del Bisaurín.
El Bisaurín, es un monte de Pirineos que eleva sus 2669 mts. un poco al sur de la cordillera, y por ello se ha convertido en importante atalaya a la que los árboles no le impiden ver el bosque. Un bosque de cumbres que se extiende todo lo que la vista abarca, un mar agitado y petrificado que pone de manifiesto las fuerzas ciclópeas de la naturaleza.
A primeros de setiembre y en compañía de dos buenos amigos me dispuse a la ascensión.
El punto de partida fue el pueblo oscense de Aragüés del Puerto.
Llegamos a la tarde, pero lo malo que tienen estos pueblos pirenaicos es que las diversiones nocturnas son poco variadas, giran en torno al Somontano, y con el relente que pega, te apetece ir pronto a la cama, para estar fresco al día siguiente.
Y el día siguiente salió magnífico. Ni una nube que enturbiara las cimas, ni la maldita calima que las desdibuja. Un día anticiclónico por el que veníamos suspirando desde hace tiempo. Orio, el meteorólogo del grupo, había acertado de pleno.
La ascensión parte desde el refugio de Lizara, al que se llega desde Aragüés por una cómoda carretera asfaltada. Y allí comienza la zambra.
El primer tramo consiste en ascender hasta el collado Foratón. Se remonta por una bella pradería- si no fuera por la inclinación- que poco a poco se va volviendo más vertical, pespunteada por numerosas “euskolore” ( Carlina acaulis), las flores que se usan, clavadas en la puerta de los caseríos, para espantar a las brujas y los malos espíritus. Yo ya había estado en el Bisaurín, en compañía de Pablo y Javi Altuna dos buenos aficionados a la montaña, pero hacía más de treinta años, y tengo para mí, que en estos años de ausencia, alguien lo ha puesto más enhiesto, más píndio, que dicen los cántabros. Hace 30 años no estaba tan pendiente. Estoy seguro.
Las vistas cuando llegas el collado son grandiosas, pues sobre los vastos pastizales se alza imponente la figura del Agüerri, un pico desafiante y al fondo Peña Forca, el guardián de la Selva de Oza.
Lo peor es que también se vislumbra el camino que nos queda a la cumbre y desde aquí, nos parece todavía más empinado.
Es curioso, pero nuestra mente tiende a olvidar pronto los sufrimientos y a quedarse con lo gratificante, porque yo me acordaba mucho más de lo bonito que de lo dificultoso y según oí a Eduardo Punset, es un mecanismo de autodefensa compartido por una gran mayoría.
Pero caminando pacientemente, vamos domando la altura con nuestros resuellos y poco a poco se va alzando a nuestra vista, majestuoso, el panorama de la cordillera Pirenaica.
Van apareciendo al oeste, desde el Ohri en Navarra, mi primer 2000, hasta el dibujo lejano del macizo del Perdido con sus 3.355 Mts. en el horizonte, al este.
La pendiente se va agudizando y vamos superando tramos que según el GPS tienen un desnivel del 57 %. A veces tenemos que parar (todo sea por no enfadar a nuestros médicos) porque el pulsímetro se desboca. Pero lo llevamos con buen humor. Juan Luis, el más joven va abriendo camino. Los tres, en la juventud fuimos “korrikolaris” y donde hubo fuego siempre queda alguna brasa. Con los años de experiencia, hemos aprendido a dosificarnos.
Y después de más de tres horas largas de sudor y jadeos, alcanzamos gozosos la cúspide y como el tiempo es glorioso, nos podemos recrear en la contemplación del océano de cimas que nos rodean, reponiendo fuerzas y demorándonos perezosos, disfrutando el momento.
Desde allí es posible identificar muchas montañas. Algunas tan emblemáticas como el solitario y hendido Midi D’Oseau o el cordal del Anie y la Mesa de los tres Reyes.
También destacan a nuestros pies las bandas férricas del Castillo de Atxer, y es visible la lejanísima marmolera del Pico del Infierno y detrás el hierático Vignemale.
Nos hubiera gustado más quedarnos, pero por desgracia, hemos de emprender la bajada.
Las bajadas son temidas porque el peso del cuerpo lo tienen que sujetar los cuadriceps, los músculos del muslo y las rodillas, que en muchos casos ya no están para muchos trotes.
En nuestro caso tenemos que descender desde la cima de 2669 hasta el refugio, que está a unos 1500 es decir, más de 1100 mts. con fuerte pendiente.
Pero, la verdad, como ya teníamos hecha la tarea, nos vamos recreando en el paisaje, y acariciados por el sol de mediodía y apoyándonos en nuestros bastones, descendemos
tranquilos en busca del valle y de la comida que nos espera en el refugio.
Dejamos atrás el collado Foratón y la vertiente del valle de Hecho y ahora el calor que aprieta nos hace desear la llegada a la Fonfría, una reparadora fuente donde podemos aplacar el calor que paulatinamente, al ir bajando, comienza a hacerse presente. Final feliz.
Bueno, amigo Carlos, espero con mi relato haber entreabierto la puerta de tus recuerdos, cuando juntos caminábamos por las sendas pirenaicas.
Todavía, en alguna sobremesa, solemos recordar cuando con un grupo de buenos amigos pateábamos el circo de Gavarnie, en el pirineo francés y tú nos parabas cada 10 minutos invitándonos a comer melón, que nosotros sistemáticamente rechazábamos.
Por fin ante tu insistencia, paramos y comprendimos al instante tanta reiteración en la oferta. Sacaste de la mochila un melón como un diplodocus de grande que tenía que pesarte media tonelada y estabas loco por aliviar el peso. Casi nos atragantamos de la risa.
A ver si algún día repetimos la experiencia.
Hasta entonces, recibe como siempre el mejor de los abrazos de tu amigo Javier.