Escribe: Javier López.
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Amigo Carlos: Posiblemente te hayas percatado de que las montañas no dejan a nadie indiferente. En su presencia, la mayoría de los humanos siente un estremecimiento.
Hay algo misterioso, que nos seduce y nos impulsa a trepar por ellas, como en un intento por alcanzar el lejano azul del cielo.
Y la montaña es muy gratificante.
Sabe premiar el esfuerzo que supone coronarlas y a su manera, te lo devuelve con creces.
En el placer de sus paisajes, el gozo de los horizontes, la umbría de los bosques, el frescor de los manantiales, los amplios pastizales, el cantar de los arroyos o el perfume de las flores.
Porque de eso quiero hablarte hoy, Carlos, de las flores que voy encontrando en mis excursiones montañeras.
Ya ves que tu “prima” la Carlina Acaulis me va dando pie para un par de artículos. A raíz de encontrarla primero en la subida al Bisaurín, más tarde clavada en las puertas y hoy, con toda su cohorte de acompañantes.
La vida arbórea termina cerca de los dos mil metros, pero las florecillas son mucho más trepadoras y aún las puedes encontrar por encima de los tres mil trescientos.
Ya sabes…, la peculiar fortaleza de lo pequeño.
Muchas veces intentan alegrar con su color la incomodidad del esfuerzo y yo siempre se lo agradezco, tomando alguna foto (que me sirve para descansar con disimulo). Y así he conseguido reunir una numerosa colección.
Ya comentamos que la segunda parte de este tipo de fotografía, consiste en localizar luego en casa el nombre científico de la florecilla en cuestión, lo cual tiene una gran satisfacción añadida.
En las flores de montaña como en todos los estamentos sociales, hay sus categorías.
Unas son tan frágiles y delicadas que parece que fueran a romperse con la mirada y otras más fuertes y sufridas, exhiben una aparente dureza a prueba de temporales.
En nuestras correrías, podemos encontrarnos con la aristocracia de las flores de montaña, el mítico Edelweis, la famosa flor de nieve de los Alpes o la Estrella de las Nieves, el símbolo emblemático de Sierra Nevada, unas plantas nobles y distinguidas.
O también podemos tropezar con ejemplares menos ilustres y algo más agresivos, cual guerreros acorazados para resistir la dureza de su hábitat.
Para sacar este tipo de fotografía actualmente no hay que disponer de equipo especial, ya que todas las máquinas, incluso las menos sofisticadas, tienen la función macro. Un botoncito que está señalizado por el icono de una flor. Esa utilidad permite sacarlas de muy cerca sin que la foto quede desenfocada. A veces, en vez de enfocar la florecilla, se enfoca la hierba que hay detrás, pero si nos tomamos el trabajo de revisar lo que hemos sacado- la mejor herramienta de la fotografía digital- no hay problema, la repetimos y ya está.
No es como antes, que el disgusto te lo llevabas cuando te las revelaban en la tienda de fotos.
La diversidad de flores de montaña no es tan grande como a nivel del mar, ya que el frío de las cumbres limita la expansión de algunas especies, que no han conseguido adaptarse a las duras condiciones que la altura impone.
Pero el encuentro con alguna de estas variedades aporta una nota de complicidad y de emoción que las de la costa desconocen.
Allá arriba, donde las condiciones son adversas y exigen del visitante un fuerte desgaste, la nota de color, la fragancia, parecen un estímulo amable, una recompensa al esfuerzo que supone la conquista de la altura.
Y al observarlas de cerca, cuando ya más tranquilos las vemos en casa, en la pantalla del ordenador, a gran tamaño, caemos rendidos a la finura de sus colores, a la genialidad de sus diseños a la perfección de sus simetrías.
Bueno amigo, seguiría con el tema, pero no quiero alargarme.
Ya te habrás dado cuenta de que no siempre consigo encontrar el nombre científico de la florecilla inmortalizada, y que además en algún caso puedo haberme equivocado al adjudicarlas la denominación.
Si alguno de tus numerosos lectores pudiera orientarme, sabes que se lo agradecería mucho.
El trabajo de localizarlas en los libros o en Internet, no es tarea fácil, pero ya hemos apuntado en otras ocasiones que en esas tardes invernales, en las que no apetece mucho salir, es un método eficaz para estar ocupado y entretenido.
Recibe Carlos, como siempre, el saludo más afectuoso de tu viejo amigo
Javier
Me gustaría, con tu permiso, dedicar este pequeño artículo a nuestro buen amigo Xavier Aguirre, que tras cuarenta y cuatro años de trabajo, ha decidido, por fin, jubilarse.
Como sé que estará buscando alternativas a la vida ajetreada que ha tenido que llevar, es para mí un placer sugerirle esta actividad, ya que estoy seguro de que le puede aportar numerosas alegrías.