Habida cuenta de los severos efectos de la ola de calor producida por esta dura canícula en la que vivimos instalados en nuestro país en los últimos días, y aprovechando la sombra y la brisa de mi costa levantina, hoy quisiera proponerles una entretenida digresión sobre la responsabilidad de quienes tengan que ofrecer a los ciudadanos la solución para salir, lo antes posible, de la manida crisis de la deuda.
Y digo digresión porque me voy a permitir la licencia, – en estas fechas y con estos calores siempre perdonable, – de «tirarme a la piscina», y atreverme a confesarles que a mi juicio, la crisis de deuda soberana europea es un crisis fácilmente evitable. Entre los economistas existe una tendencia mayoritaria que entiende cómo abordar y solucionar el problema. Aparentemente, no parece un planteamiento visionario e irreflexivo. El Banco Central Europeo tiene que intervenir comprando deuda soberana directamente. Esta es la estrategia que se conoce como “el gran bazooka”. El arma definitiva para acabar con la crisis de deuda y calmar a los mercados financieros, que cada 15 días entran en pánico irrefrenable, con o sin motivo.
La elevada deuda privada española va a requerir un largo y doloroso proceso de desapalancamiento
La idea es bien sencilla. Si un Estado necesita dinero y los mercados no le financian, a un coste razonable, el Banco Central Europeo compra directamente deuda pública de ese país y se acabó el problema. Esta estrategia sirve, por un lado para tranquilizar a los mercados y por otro, para eliminar, de un plumazo, el riesgo de «default» soberano y de ruptura del euro. No es ninguna idea loca. La compra de deuda pública norteamericana ha sido frecuente por parte de la Reserva Federal en los últimos años, y ningún economista norteamericano se ha rasgado, más allá de determinados posicionamientos personalistas, las vestiduras. Ello no quiere decir que los problemas de las economías periféricas del sur de Europa se deban únicamente a la falta de actuación del Banco Central Europeo. En el caso de la economía española, hay una elevadísima deuda privada – empresas y familias- que va a requerir de un largo y doloroso proceso de desapalancamiento.
Por otra parte, las debilidades de la España predemocrática en la que se elaboró nuestra actual Constitución favorecieron un diseño de las Comunidades Autónomas que hoy se ha demostrado enormemente perverso en sus efectos y consecuencias. La ausencia de una autentica corresponsabilidad fiscal, es decir, no sólo ser responsables del gasto, sino también de los ingresos, hace que en este momento el modelo alarme y escandalice a los mercados y a nuestros socios europeos. Gastan sin control porque los ingresos son responsabilidad del Gobierno Central. No obstante, lo que está causando pánico y está haciendo especialmente dolorosas las reformas son las dudas sobre la sostenibilidad de nuestra deuda pública.
Los mercados albergan todo tipo de cuestionamientos sobre nuestra capacidad para mantener en el tiempo los niveles de deuda pública. Si esas reticencias no existieran, la necesidad de los recortes de gasto público sería mucho menor y podrían hacerse con plazos menos ajustados. Para explicar con mayor claridad, voy a ilustrarlo con un ejemplo. La deuda pública española se situará en 2012 en torno al 80% del PIB, es decir, unos 850.000MM de euros. Para 2013, las previsiones del Gobierno sitúan la partida de gasto financiero asociado a la deuda en alrededor de 38.000MM, es decir, en 104MM de euros o, en términos de las antiguas pesetas, 17.300MM diarios. ¿Creen Vds. que hay alguna economía capaz de aguantar esta incontenible sangría?
Se está poniendo en serio riesgo la credibilidad y la capacidad de pago de nuestro país.
En definitiva, resulta que nuestros esfuerzos por ajustarnos a la realidad de nuestras propias capacidades, se quedan en meros gestos, sin fondo alguno, al tropezar con el coste de la penitencia que nos imponen los mercados para financiarnos. Cada día, voces objetivas, y no contaminadas directamente por el problema de la deuda española, claman con más vigor y convencimiento – Obama o el propio FMI – alertando que no se nos pueden pedir más ajustes y que se está poniendo en serio riesgo la capacidad de nuestra economía para generar los ingresos suficientes, no sólo para salir de la crisis, sino también para hacer creíble la capacidad de pago de nuestro país. Para poner las cosas en perspectiva, los recientes recortes en dependencia van a ahorrar 3.000MM de euros; la eliminación de la paga de navidad y demás recortes a funcionarios, aproximadamente 9.000MM de euros en tres años; los recortes a la prestación por desempleo 6.000MM de euros, y la suma de todos esos ajustes, no representan, siquiera, un tercio del gasto por intereses de la deuda previsto para 2013. O lo que lo mismo, el esfuerzo de nuestra sociedad y sus ciudadanos, hoy para la gran mayoría de ellos muy difícilmente asumible, va dirigido a atender los pagos a nuestros prestamistas. Las tres obsesiones del norte de Europa
Entonces, si la solución es tan sencilla, ¿por qué no se pone en marcha inmediatamente?, se preguntarán Vds. “Son los políticos, no los economistas”, les podría responder. La decisión de no utilizar el Banco Central Europeo es una decisión ideológica o política, no económica. Algunos países del norte de Europa como Alemania, Finlandia u Holanda viven cautivos de tres obsesiones que les angustian:
- La primera es que los países del sur hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y nos toca cumplir la penitencia correspondiente. Es conveniente para los países del sur que se recobren virtudes como la austeridad y el sacrificio. Además, sostienen, sería injusto ayudar a estos países que han vivido a lo grande, mientras los laboriosos europeos del norte trabajaban de sol a sol y sin descanso. No haciendo mía esa reflexión, en todo caso, no cabe duda que, en sí misma, no deja de ser una argumentación ideológica o política, más que económica.
- La segunda de ellas, es que las reformas, en los díscolos países del sur, serán más profundas y radicales si se somete a suficiente presión a sus respectivos gobiernos. Los países sujetos a un eventual rescate estarán más controlados, pues serán los “hombre de negro”, es decir, insensibles funcionarios de Bruselas, sin vínculos afectivos con el país en cuestión, los que diseñarán las reformas y los recortes, cuesten lo que cuesten en el ámbito social. Coincidirán conmigo que esta desmedida disciplina no deja de ser claramente política.
- La tercera de las posiciones dogmáticas tiene que ver con la fortaleza del euro como moneda de reserva. El marco alemán, históricamente gozaba de gran prestigio. Se consideraba una moneda fuerte. Una moneda en la que se podía confiar y ahorrar. Nuestros nórdicos socios quieren que el euro disfrute de la misma consideración. En este sentido, si el Banco Central Europeo se dedica a comprar deuda de países con problemas, la reputación de esta institución se verá comprometida. Ello podría provocar, a largo plazo y cuando la crisis se hubiere dejado atrás, que Europa incurriera en un rebote inflacionario y la tasa en cuestión pudiera superar, ampliamente, el 2%. Sin embargo, no existe ni un sólo argumento económico, contrastado empíricamente, que apoye esa reflexión. Todo lo contrario, los mecanismos de transmisión monetarios están rotos y la inflación no aparece por ningún lado. En Estados Unidos, la Reserva Federal ha comprado deuda pública (incluso deuda privada) y la reputación del dólar como moneda de reserva se ha fortalecido. Se trata de otro argumento ideológico o político y no económico.
En fin, que una vez más la política, y los políticos, se imponen a la racionalidad económica. La crisis de deuda soberana europea se podría resolver si nos guiamos por criterios puramente económicos. Sin embargo, esta partida pertenece al plano político.
El debate económico está ganado. Cualquier estudiante de economía sabe lo que hay que hacer para terminar con la situación de pánico financiero. Otra política económica es posible y, además, es deseable. Pero para que ello sea así, le toca a nuestro Gobierno,
y al italiano, saber jugar sus cartas y ser capaces de superar el debate político. Y eso, estimados lectores, me parece harto complicado. Si nuestros antagónicos vecinos del norte imponen sus tesis definitivamente, y nos obligan a seguir transitando por la vía del rescate necesario, en mi modesta opinión, antes que acometerlo «desnortados» y al albur de las directrices de los «hombres de negro», es preferible solicitarlo cuanto antes y negociar, «a cara de perro», las «condicionalidades» que con seguridad, y dolor, nos serán impuestas.
Que el calor y la relajación del verano no debiliten nuestras convicciones: luchemos todos contra la corrupción.
Como dijo Madre Teresa de Calcuta: “el mayor mal es la falta de amor y caridad, la terrible indiferencia hacia nuestro vecino que vive al lado de la calle, asaltado por la explotación, corrupción, pobreza y enfermedad”.