Cristina Conti, Corredora de Seguros, Vicepresidenta de la Federación de Asociaciones de Padres y Madres de Mallorca
Me gusta espiar las conversaciones de mis hijos cuando juegan, suelen ser indicadoras de la educación que reciben, tanto en casa como en la escuela. Hay una que recuerdo especialmente. Mi hija tendría cinco años y su amiga un año más. Se disponían a jugar a “papas y mamas”. Mi hija repartió rápido los roles: “yo soy la mamá y tú el papá”. Su amiga disgustada le respondió “¡No vale, hacer de papá es muy aburrido! Los papás no hacen nada”. Entonces mi hija contestó con mucha naturalidad “¿cómo qué no? Los papás cocinan, cambian y bañan bebés, les dan de comer, barren, friegan, hacen la compra, conducen, limpian…”. Es evidente que lo que vive una en casa dista mucho de lo que vive la otra.
No hay duda de que estamos educando de manera muy distinta, tan distinta como dispares son los hogares de nuestro país. Y yo no acabo de tener claro que el hecho de haber sido educado en un hogar u otro te predisponga a actuar de una forma u otra sobre temas de igualdad. Conozco a muchas mujeres que tras haber vivido la sumisión de sus madres en el hogar, saben hacia donde no quieren ir… ni quieren que vayan sus hijos e hijas. Y también conozco a las que simplemente, siguen el camino marcado.
Y por si fuera poco el baño de prejuicios que reciben nuestros hijos e hijas toma grandes dimensiones cuando llegan al que será su centro escolar. No solo el proyecto educativo del centro marca ya de por sí las directrices de la formación académica que les espera; sino también la experiencia propia y el cómo transmita los valores de igualdad el profesor o profesora que va a pasar, de ahora en adelante, más horas al día con nuestros hijos e hijas que nosotros mismos. Y además, influyen los amigos y amigas, o los no tan amigos, y los hermanos y hermanas de los amigos y los padres y madres de los amigos y…
Y es cuando te das cuenta de que por mucho que te esfuerces, por mucha importancia que le des a la igualdad, por mucho ejemplo que quieras mostrar, en demasiadas ocasiones aún sigue pesando un hecho diferenciador entre sexos meramente cultural, sin que exista una base científica para ello
En educación infantil (de 0 a 6 años) la práctica totalidad del personal y docentes son mujeres. En educación primaria (de 6 a 12 años) aparece la figura masculina, pero en un porcentaje muy bajo y no es hasta la educación secundaria obligatoria cuando se equilibra lo que hasta ese momento era un espacio mayoritariamente femenino. Y yo me pregunto, ¿ese poder que debería otorgar a las mujeres docentes el hecho de poder “modelar” y educar a los niños y niñas desde bebés hasta sus doce años en igualdad, se utiliza? O será más bien que no le damos importancia.
Hace poco, en una prueba de nivel que realiza la Consejería de Educación de las Illes Balears, en el apartado de comprensión lectora se presentó incluido en el examen un cómic. En él un niño le decía a su compañera que tenía suerte de ser chica, ya que así se podía poner las chuletas bajo la falda y no sería descubierta. Es decir, en una sola viñeta se dudaba de la capacidad femenina de aprobar sin hacer trampas, y además, la trampa tenía una componente sexual indudable. Yo me pregunto ¿no habría sido un buen momento para que las docentes devolvieran en blanco los exámenes hasta que les fueran presentados unos aptos para una educación en igualdad? Pues no. Nada más allá de dos artículos en prensa…
Pienso que hay que investigar seriamente como detectar y controlar cuales son las fórmulas y los mecanismos a través de los cuales se comunican los roles. Identificarlos y trabajar para que transmitan aquello que es justo y que pueda conducir a un equilibrio tan necesario en nuestros tiempos.
Observar y actuar en aspectos de la religión que aún hoy en día afecta tanto a los niños y niñas, como por ejemplo, el hecho del abandono escolar de las alumnas musulmanas al alcanzar una etapa de su desarrollo o la educación segregada por sexos en las escuelas católicas.
Formación para docentes, para todos, a fin de que eduquen en igualdad, de manera transversal, en todas sus actuaciones. Tanto dentro del aula como en el patio a la hora del juego o en el comedor durante el almuerzo. Y en las tutorías con las familias, dando a conocer esas conductas que pueden presentar nuestros hijos e hijas o de las que pueden ser víctimas, y dándoles tanta importancia como al resultado académico.
Hay que posibilitar formación para padres y madres, que tengamos ayuda en la difícil tarea de educar, dotarnos de recursos para hacer frente a conductas insanas que puedan llevar a nuestros hijos e hijas por caminos de los que después es muy difícil salir. Empoderar a las familias y capacitarlas para llevar adelante una educación en buenos hábitos que haga fácil el poder trabajar en casa las emociones, la co-educación, la sexualidad, la prevención ante conductas de riesgo: la violencia de género, los abusos y acosos, las adicciones…. Nuestros hijos e hijas son nuestra responsabilidad.
Después nos encontramos en otro espacio educador, que es la sociedad, y entre lo que más puede influenciar, la publicidad… pero eso da para muchos artículos más.
Solamente deseo saber hacerlo bien, como madre, parte importante del proceso educativo, ayudar a que mi hija consiga la autoestima y el carácter que le otorgue el saber quién es y qué lugar le pertenece en la sociedad y que simplemente, no es ni superior ni inferior al resto; que quiera ser un miembro más con los mismos derechos y obligaciones que cualquier otro ser humano. Conseguir que mi hijo respete por igual a todas las personas, independientemente de su sexo, y que nunca, nunca, se sienta superior o con más derechos o menos obligaciones tan solo por haber nacido varón.