Escribe: Carmen Pérez, Maestra y filóloga (@carmenprez5)
Voy con bastante frecuencia al Palacio Euskalduna en Bilbao y, en casi todas las ocasiones, tengo la alegría de encontrarme, allí trabajando, en distintas funciones, a antiguas alumnas que me saludan con gran cariño y afecto.
Cada vez que esto ocurre me siento orgullosa de haber dedicado tantos años de mi vida a lo que más me gustaba: La Educación. ¡Qué reto! ¡Qué gran responsabilidad!
» Cuánto me acuerdo de nuestra charla en aquel momento tan malo de mi adolescencia» me decía un día Miren.»Estaba apática, nada me importaba, me dedicaba a molestar y a pasar de todo . Me dijiste que todas teníamos mucho dentro, aspectos importantes y valores que, quizás, ni nosotras mismas habíamos descubierto y, también, mucho que aportar a los demás»
Un día, después de bastantes años, nos encontramos casualmente en la calle y me emocionó que me dijeras el bien que aquella conversación te había hecho. Que te había levantado la autoestima y ayudado a creer en ti misma.
Recuerdo un curso para tutores/as que realicé hace ya muchos años. No se me olvidará una fotografía que nos pusieron el último día, en el último momento antes de cerrar el curso. En ella se veía una chica diciendo adiós, despidiéndose del colegio tras terminar sus años de estudiante. Debajo de ella una nota que me hizo pensar mucho y que nunca olvidaré: «Pronto se olvidará de buena parte de lo aprendido, pero nunca de su tutor/a para bien o para mal«.
Por eso estoy convencida que nuestros/as jóvenes al salir del colegio han de llevar consigo los conocimientos y los ejemplos adquiridos pero, lo más importante, estará en el interior de cada uno/a. Y ahí está la gran labor del educador/a.
El educador/a ha de tener siempre disponibilidad y compromiso, educando en la solidaridad, el respeto mutuo, la convivencia , la igualdad de género.
He estado releyendo últimamente algunos pensamientos y reflexiones del gran Mario Capecci, genetista italo-estadounidense, que, tras una infancia terrible, donde las haya, llegó a ser Premio Nóbel de medicina en 2007.
El, que ama la educación, nos dice: «Quien ama educa» » Hemos de intentar que nuestros alumnos/as consigan la capacidad de saber ser felices, de tener un ideal y la certeza de estar dando pasos firmes en el camino de ese logro»
» Yo les enseño a mis alumnos/as a ser pacientes, que en vez de pasar el tiempo pensando en algo es mucho mejor ir y hacerlo. Pero hay que tener un plan- una idea de hacia dónde se quiere ir y desearlo mucho».
Dice Mario Capecci que todo lo que le fue adverso le sirvió para crecer.
Todas estas reflexiones me hacen recordar algo que, como educadora, me marcó enormemente.
En el año 1995 acudí, representando al centro donde yo trabajaba, a un congreso en Ascott , cerca de Londres.
Recuerdo que una de las ponencias me llamó, ya de inicio, vivamente la atención: «La educación hoy y el fracaso»
La ponente comenzaba así: » La cosa más útil que aprendí durante mi formación como profesora salió de una serie de televisión que se llamaba Seven Up. En ella se entrevistaba cada siete años al mismo grupo de niños que hablaban de sus esperanzas, sus temores y su actitud ante la vida. Neil empezó como un chico de siete años, feliz, rebosante de vida y soñando con ser astronauta. A los catorce años se había vuelto serio y reservado; el éxito académico su único objetivo. A los veintiún años estaba amargado y decaído y vivía como squatter. No había conseguido entrar en la Universidad de Oxford, la gran ilusión de sus padres. Decía: » Mis padres me enseñaron todo menos como fracasar»
Quizás nosotros, los educadores/as, lo más importante que podemos enseñar a nuestros alumnos/as es cómo gestionar el fracaso, el conflicto y la decepción y cómo crecerse con esa experiencia.
Hay, hoy en día, una sensación de que los resultados han de ser inmediatos. Pero es algo que lleva mucho tiempo, esfuerzo, dedicación y paciencia y, por eso es gratificante cuando llega.
Todos conocemos aquella historia de aquel obrero medieval al que preguntaron qué haces? «Pongo piedras» contestó, mostrando no mucho entusiasmo.
Su compañero, allí al lado, lleno de ilusión dijo: » construyo una catedral».
La labor del educador, altamente denostada, poco reconocida y mal pagada es hoy, más que nunca, pilar vital en el desarrollo integral de la persona.
!Construyamos catedrales!