El vértigo de los acontecimientos y la inacción
Escribe: Vicente Benedito
Una de las características de la sociedad actual es que los hechos, las noticias, se suceden con tanta rapidez que es imposible reflexionar seriamente sobre ellas y sus significados últimos. Es tal la cantidad de información que diariamente recibimos que los acontecimientos se solapan abrumadoramente en nuestra mente, de modo que apenas “digerimos” lo que los mismos quieren anunciarnos o subrayarnos. Casi simultáneamente, sin apenas haber podido realizar una breve reflexión, otro suceso ocupa nuestra atención, y el primero pasa ya a un segundo plano. Esa continuada situación nos provoca un estado de ansiedad colectiva derivado de la indefensión que genera no haber podido analizar detenidamente las causas y las acciones que sus consecuencias exigen. Entonces miramos a los demás, para ver que hacen ellos, pero nos encontramos con que están tan desconcertados como nosotros.
Recuerdo aquella obra de teatro de Bertolt Brecht, autor de culto en los años 60, en la que el personaje principal observa cómo van desapareciendo sus amigos y conocidos, primero unos, luego otros, impasible no hacía nada, porque…”como no le afectaba”, hasta que le llegó el turno a él, y ya no quedaba nadie para auxiliarle.
En la crisis económica que venimos largo tiempo, ya, sufriendo, nos está sucediendo algo parecido. Hace cuatro o cinco años, algunos locos, pensábamos que lo eran, nos advertían que no se podía construir tanto, que basar nuestro crecimiento económico en el boom inmobiliario era una barbaridad, que estábamos descuidando otros sectores productivos, etc. Pero a nosotros nos iba bien, sacábamos pecho y nos creíamos los reyes de Europa. Generábamos preocupación en los grandes líderes del continente, cada vez proyectábamos más país y pedíamos más dinero por nuestras tierras, construíamos edificios y ciudades “emblemáticas”, gastábamos dinero en organizar “grandes eventos” y en convertir tradiciones en espectáculos. Luego fuimos conociendo que al otro lado del océano, allá en Estados Unidos, había no se sabe bien que problemas con algunos Bancos e hipotecas, pero aquello nos quedaba muy lejos, “no nos afectaba”. Más tarde supimos que las Bolsas europeas subían y bajaban desordenadamente, pero eso, “tampoco nos afectaba” eran consecuencia de la fiebre especuladora. También leíamos que algunos Gobiernos pensaban comprar las pérdidas de sus Bancos para que no quebraran… más tarde nos sorprendió la noticia de que nuestro Gobierno también reservaba dinero para poder hacer lo mismo, por si acaso… Y vimos, con asombro, que el paro comenzaba a crecer y mostrar su tendencia más peligrosa; que cerraban cada vez más empresas, que se producían embargos, pero… mientras “no nos tocara a nosotros”…
La realidad actual y los ciclos económicos
Y ahora, a destiempo, nos enteramos que nuestros Gobiernos se han comido ya el superávit, que tenemos serios problemas de liquidez y graves dificultades de financiación; que las autonomías no pueden pagar lo que deben, que algunos servicios básicos peligran -o no se ponen en marcha- por falta de dinero, y que cuando más necesario es invertir es imposible hacerlo; que el provincianismo imperante bloquea el necesario acercamiento entre nuestras entidades financiares; que el cierre de empresas – que no volverán a abrir jamás- crece preocupantemente y la cifra de parados alcanza niveles insostenible para nuestro país; que aumentan, de un modo desconsiderado, los impuestos; que amigos y conocidos se están quedando en el paro; que no podemos cambiar de coche, que reducimos nuestro ocio y nos recluimos en nuestras casas para no gastar lo que no debemos y además no tenemos… etc. etc.
Es una regla básica de la economía que a los tiempos de abundancia le siguen otros de crisis. Son los famosos ciclos, cortos y largos, de Kondratiev. Pero no es nuevo. La Biblia ya habla de ello. A los períodos de “vacas gordas” les sucedían otros de “vacas flacas”. La explicación que, ya entonces, se daba, no era otra que en la época de “vacas gordas”, cuando la gente vive bien y el dinero fluye fácilmente, se relajan las costumbres, se olvidan los valores, se difumina la distinción entre lo que es bueno y lo que es malo; se acrecienta la avaricia; se prefiere el dinero fácil a la formación y, sobre todo, se adormece la capacidad de crítica. Cuando todo es “fiesta”, nadie se atreve a decir lo contrario, los que deberían pensar, los que tienen la obligación de pensar y proponer políticas alternativas, se callan por miedo a que sean llamados “aguafiestas”, o no se les vote.
Dudas sobre nuestra situación
Y llegado aquí, me asalta la duda y me planteo algunas cuestiones que me inquietan: La actual “crisis” ¿es sólo económica?, ¿realmente alguien con sentido común puede pensar que la culpa de todos nuestros males la tienen los inflexibles alemanes?, ¿no ha sido provocada por la despreocupación ética y moral de la sociedad?, o si lo prefieren: ¿qué llegó primero: la crisis económica o la crisis ética y moral?, ¿Han cumplido con su obligación los responsables políticos y sociales?, ¿No habremos contribuido a todo ello con nuestro relativismo y relajación en materia de valores y de cierta condescendencia con la corrupción?
Regeneración y Sociedad Civil
Es, en mi opinión, tiempo para la regeneración de la vida política española. Para luchar contra la desazón que nos invade, para exigir a nuestros gobernantes que sepan estar a la altura de las circunstancias, para que se eviten el solapamiento de los mensajes y las contradicciones entre miembros del propio gobierno. Es el tiempo de la generosidad de la oposición y los agentes sociales, de complicidades, de pactos de estado por el compromiso de sacar adelante este país antes de que la ruina inmisericorde se cebe con él y tardemos en recuperarnos una penosa y sufrida década. Es tiempo de oportunidades: la actual situación puede favorecer la adopción de medidas estructurales de profundo calado político que posibiliten acabar con la hipertrofia del estado y su ajuste a las necesidades reales de nuestro país. Y todo ello hay que abordarlo antes, también, que el descontento social pueda pasarnos factura y generar una nunca deseada involución democrática.
Es tiempo de recuperar el talento. España ha invertido en la formación de jóvenes que huyen de su país porque no se les ofrece alternativas de futuro. Es necesario apostar por nuestro sistema educativo y sus formadores. El futuro de España y de las futuras generaciones dependerá de la educación de calidad que hayan podido recibir.
Y, sobre todo, es tiempo de eliminar de todas nuestras estructuras la mediocridad, la falta de profesionalidad, el amiguismo, todo lo rancio de una sociedad que se resiste a deshacerse de las viejas ataduras propias de una sociedad provinciana.
Es el momento del debate de la España que queremos y que nos podemos permitir y sostener. De huir de los posicionamientos localistas
endogámicos mantenidos desde soflamas nacionalistas pacatas, tanto desde el centro como desde la periferia. Somos conscientes de que la crisis está cuestionando, muy profundamente, el actual modelo de Estado basado en unas autonomías donde el despilfarro y la peor gestión están poniendo en riesgo la prestación de servicios esenciales a los ciudadanos.
Hemos de aprovechar las circunstancias actuales para revisar y perfeccionar la organización del Estado y sus Administraciones. Así lo ha venido haciendo Alemania, para contribuir a la eficacia, la justicia y la solidaridad del sistema. Reclamemos órganos de control, lo suficientemente potentes, que impidan las veleidades de cualquier servidor público. Reclamemos un sistema judicial despolitizado y eficiente, que consolide la seguridad jurídica imprescindible para que las inversiones se recuperen y materialicen.
Pero es tiempo, también, por todo ello, para que la Sociedad Civil dé el paso al frente que le corresponde. Para que marque la senda por la que todos los demás hemos de conducirnos. Una Sociedad Civil proactiva, vibrante, con la autoestima suficiente para, asumiendo la autocrítica, hacernos creer en que no hay que bajar la guardia, que juntos podemos, que España ha sabido salir de situaciones muy difíciles, con determinación, cuando nadie apostaba por ello. El pulso y el ritmo de la Sociedad Civil no pueden estar cautivos de los partidos políticos, sindicatos o demás agentes sociales cuya visión del estado y de la sociedad es parcial e interesada. Hay que favorecer y potenciar la participación ciudadana a través de foros y cauces de expresión que contribuyan a crear el necesario “caldo de cultivo” que traslade a los ciudadanos la necesidad y conveniencia de acometer determinadas e inaplazables reformas. En esto es muy importante la participación de los jóvenes. No podemos diseñar su futuro excluyéndolos del modelo que para ellos querríamos.
Es tiempo para el optimismo inteligente. Para no desfallecer por no creer en nosotros mismos y en la solución.
Es, en definitiva, la hora de la Sociedad Civil, ella es la que, sin duda, podrá sacarnos de la crisis, la que ha de guiar a nuestros políticos y agentes sociales en la definición de la estrategia con la que combatirla y superarla.
Y como siempre, termino recordando: “luchemos todos contra la corrupción”.
Decía Nicolae Iorga, que ”dejar de luchar, por culpa de la corrupción que hay en tu alrededor, es como cortarte el cuello porque hay barro afuera”.