Escribe: José Iribas Sánchez de Boado, abogado, master Dirección de Empresas por IESE. Más información sobre el autor.
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Cuentan que en una ocasión el presidente Obama salió a cenar con Michelle, su esposa. Se encaminaron hacia un modesto y discreto restaurante. Pretendían con ello, de una parte, salir de la rutina… y, de la otra, salir de la cena… y poder venderlo a los medios, presentándose como personas sencillas. Tras acceder al establecimiento, el chef se les acercó y los saludó amablemente. Lo hizo con especial cordialidad con la primera dama a la que parecía conocer de algo más que la tele o los periódicos. Tras marchar el chef a otras tareas, Obama preguntó a su esposa:
– ¿No has notado en el chef una especial confianza al saludarte?
Ella contestó:
– ¡Barack, no se te escapa una! Cuando yo era una chiquilla fui su amor platónico durante bastante tiempo…
Obama le dijo sobre la marcha:
– Si te hubieras casado con él, hoy serías la mujer del chef de un restaurante.
La primera dama le advirtió, sonriente:
– No, mi amor… Si yo me hubiera casado con él, ¡él hoy sería el presidente de los Estados Unidos!
No doy por cierta la anécdota, pero me sirve para, sabiendo que hay ya en algunos países presidentas y “primeros caballeros” (pocos aún), abordar con un punto de humor la importante cuestión que da título a esta colaboración.
Hoy aún queda mucho por avanzar en materia de igualdad en muy distintos ámbitos (podemos apuntar aquí el de las aún escasas directivas de grandes, o no tan grandes, empresas o el de “a igual trabajo, igual salario”). Y nada de esto se improvisa.
El árbol social hunde sus raíces en la educación. No podrá haber frutos adecuados si no atendemos a aquél como es debido. Tenemos que impulsar al sistema educativo hacia el objetivo de plena igualdad de oportunidades, real y efectiva, entre las personas de uno y otro sexo.
Ello ha de ser posible a través de la información, sensibilización y formación de todas las personas y especialmente –pero no solo- a través de la educación de los niños, niñas y jóvenes en nuestros centros escolares.
Tenemos que educar en y para la igualdad de hombres y mujeres, haciendo posible esa igualdad de oportunidades, de trato, de derechos, y la erradicación de cualesquiera estereotipos sexistas. Tenemos que propiciar unas relaciones basadas siempre en el respeto y la corresponsabilidad en todos los escenarios sociales.
Para todo ello se necesita una estrategia, una planificación, que tenga en consideración el bagaje con el que cada sistema educativo cuenta ya y programe su proyección a futuro.
No sé si conoces la anécdota de un presidente al que su consejero de industria le presentó un plan en unos voluminosos tomos. No eran los tiempos de las TIC:
-Presidente, aquí tiene el plan de desarrollo.
-Muy bien, consejero. Ahora lo que toca es el desarrollo del plan, le respondió. Pues eso, que hacen falta ambas cosas.
El sistema educativo precisa, en efecto, de un plan. Un plan de la administración competente que luego ha de concretarse en la planificación de cada centro.
Todo plan debe sustentarse en datos reales y ha de estar amparado por un marco normativo que propicie la mayor y mejor implicación en el mismo de cada centro escolar.
Cualquier plan profesionalmente elaborado debe formular objetivos, líneas de actuación e indicadores específicos y evaluables. Y plazos. Obviamente, el plan ha de ser objeto de seguimiento y evaluación permanente, en un proceso de rendición de cuentas y mejora continua.
Cuando, hasta hace bien poco, ostentaba la responsabilidad de dirigir la política educativa de la Comunidad Foral de Navarra propicié la elaboración de una propuesta de “Plan para la educación en igualdad…”. Te la adjunto en el siguiente enlace.
Entendimos que eran cinco los grandes objetivos a plantear.
Éstos eran relativos:
1) Al sistema educativo en su globalidad.
2) Al currículo.
3) A la coeducación y la mejora permanente de la convivencia.
4) Al papel de la orientación educativa, y
5) Específicamente a la denominada “educación de personas adultas” (coeducación a lo largo de todo el proceso educativo y por ello también en este ámbito, donde –incluso- puede haber más déficit).
En torno a aquéllos, entendíamos debían desplegarse nuestras líneas de actuación e indicadores concretos.
Nuestro planteamiento era orientar todas estas políticas al desarrollo integral de las personas: Debían transmitirse –e interiorizarse- contenidos, criterios, valores, derechos y deberes, actitudes, normas…
Nuestro modelo, nuestra apuesta, es el de escuela inclusiva. Una apuesta que todos nuestros centros comparten y que es exigible ética e incluso legalmente.
¿Qué escuela queremos, cuál necesitamos, cuáles son esos cimientos educativos en los que asentemos la esencial igualdad entre hombres y mujeres?
- Nuestra educación ha de estar basada en el respeto a la idéntica dignidad de mujeres y hombres y garantizar a unas y otros, en condiciones de igualdad, posibilidades de desarrollo personal integral en función de sus méritos, sus capacidades y sus decisiones libres y responsables. Se ha de preservar el máximo respeto y la plena igualdad de derechos, de trato y de oportunidades entre los hombres y mujeres a la hora de crecer y desarrollarse académica, personal y socialmente.
- En nuestras escuelas, por ello, se ha de fomentar:
- el rechazo de toda forma de discriminación por prejuicios o estereotipos.
- la educación a alumnas y alumnos en igualdad de objetivos, principios y recursos de cara a la construcción de una sociedad sin discriminaciones ni exclusiones.
- Nuestro alumnado ha de disponer de una orientación académica y profesional no sexista. Apoyará a alumnas y alumnos en la elección de su futuro profesional y a que puedan escoger, previamente, las opciones académicas en función de sus capacidades, deseos y expectativas.
- Nuestro currículo ha de integrar indistintamente el saber de las mujeres y de los hombres y ha de dar visibilidad a unas y otros en su contribución social, cultural, científica e histórica al desarrollo de la humanidad. Es especialmente relevante la visibilización del papel de la mujer.
- Nuestra educación debe reforzar la autonomía y la responsabilidad de las alumnas y alumnos para que, con ayuda de quienes les educan, configuren un proyecto personal de vida y se puedan hacer cargo de sus actuales y futuras necesidades en el ámbito público, en el social, en el profesional, en las tareas familiares, en el cuidado de las personas, etc. Se promoverán modelos de convivencia en igualdad, en colaboración y la corresponsabilidad, fomentando desde las edades más tempranas valores que lo favorezcan.
- Nuestro sistema educativo ha de contribuir a la continuidad y el éxito en el mismo de todas las alumnas y alumnos, evitando abandonos tempranos, con especial
atención a la diversidad y a la eliminación de barreras de género o de otra índole. - Necesitamos una educación, finalmente –pero no en último lugar- que fomente la colaboración con la familia, primera escuela natural de valores, de respeto, igualdad y convivencia entre las personas de uno u otro sexo. Las políticas educativas han de tener en cuenta a sus dos principales agentes: la familia y la escuela. En una y otra se contribuye de manera decisiva a la configuración de la personalidad de la ciudadanía del mañana. En la medida en que familia y escuela cooperen en la educación y en el fomento de valores y derechos a que antes hemos aludido propiciaremos que se creen relaciones equitativas, justas y respetuosas.
Dejo para otra ocasión cuestiones concretas pero esenciales: por qué en general los alumnos varones tienden a hacerlo peor en muchas de las pruebas de PISA, por qué ellas no acceden tanto a determinados grados universitarios (ingenierías, por ejemplo), etc, etc, y… qué cabe hacer para solventar estos u otros problemas. Daría para varios posts.
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Adelanto la siguiente documentación, a tener muy en cuenta:
- Resolución (del Consejo Escolar del Estado de marzo de 2011) sobre resultados educativos de los varones.
- PISA 2012: Informe de Género.
- GRÁFICO El ABC de la igualdad de género en Educación.
- PISA In Focus nº 49, de 3/2015.
- Resultados PISA 2012. I y Vol. II.
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Concluyo con una afirmación: es obvio que queda mucho camino por recorrer. Sigue habiendo retos en nuestra sociedad actual para potenciar una educación en y para la igualdad entre mujeres y hombres. Hay planes por hacer y otros hechos por desarrollar, pero vamos avanzando –y era hora -.
Cabe, pues, una cierta mirada de optimismo, de esperanza, que además necesitamos. A ello invita, también, el interés que suscita esta cuestión. El que ha propiciado, por ejemplo, que Community of Insurance haya tenido la gentileza de ofrecerme la posibilidad de publicar esta visión en su blog. Muchas gracias por ello.